Cuando el presidente Maduro respondió a la reciente Casa Blanca orden ejecutiva Al declarar que Venezuela era una amenaza a la seguridad nacional, diciendo primero que era un “Frankenstein” y luego que era “esquizofrénica”, puede que haya cometido pequeños errores tanto en la literatura como en la psiquiatría, pero su punto era bastante claro: el decreto de Obama is un poco como el monstruo de Frankenstein (una mezcolanza) y, de hecho, proviene de un gobierno con doble personalidad.
De hecho, la política estadounidense, como la de la mayoría de los gobiernos del Norte, es profundamente irracional. Esto se debe en parte a que está concertado entre varios intereses oligárquicos y grupos monopolistas, lo que hace que el discurso oficial sea realmente una especie de epifenómeno. Sin embargo, también se debe a que la esfera política obedece a marcos temporales discordantes y heterogéneos.
El profundo reloj interno de la política estadounidense –que avanza en las entrañas del país– es el de la acumulación de capital. Las demandas de la acumulación de capital, cuando irrumpen en la superficie de la política nacional e internacional habitual (con su comida cotidiana de cumbres, elecciones y legislación cotidiana) producen efectos extraños que desafían la racionalidad de este ámbito más visible.
Tomemos el caso de las políticas de Estados Unidos con respecto a Venezuela. El panorama político reciente de este país ha estado definido, en primer lugar, por un gobierno reformista bolivariano que ha optado por un proyecto al estilo chino de diversificar paulatinamente su aparato productivo y, en segundo lugar, por una oposición de derecha que (porque (fue consultado tácitamente sobre las reformas del gobierno) se inclinó a esperar pacientemente las próximas elecciones, en las que proyectaba importantes éxitos.
De repente, todo esto ha sufrido un cambio radical. En meses, si no semanas, el antiguo escenario ha dado paso a una situación marcada por una desobediencia política generalizada por parte de la oposición, una situación económica más grave, información alarmante sobre golpes de estado y ahora abierta interferencia estadounidense.
¿Por qué ha sucedido esto? Ninguna secuencia racional de pasos en el ámbito interno explica por qué el gobierno de Maduro debería abandonar su reformismo cuidadosamente elaborado, ni por qué la oposición venezolana debería abandonar su plan para lograr muy probables éxitos electorales a finales de 2015 y 2018. La primera clave para una explicación seria es Esto se debe más bien a la caída de los precios del petróleo diseñada por Estados Unidos y Arabia Saudita que se produjo en noviembre pasado.
La caída de los precios del petróleo fue la voz profunda del capital internacional, que irrumpió como de la nada y en contrapunto a los ritmos de la política venezolana local y visible. Cuando el capital internacional habló, desbarató todos los planes locales, porque la lentitud de los planes de diversificación económica del gobierno bolivariano y los pasos de tortuga de la marcha de la oposición venezolana hacia las próximas elecciones de repente ya no eran viables.
Aparecieron nuevos actores y acciones nuevas y sorprendentes. Entre ellos se encontraban el cambio radical de postura de la oposición respecto de varias nominaciones del “Poder Ciudadano” en diciembre, su desobediencia extraparlamentaria, el misteriosa conspiración de la Fuerza Aérea, y ahora las exóticas declaraciones de la Casa Blanca. Estos sólo pueden entenderse como efectos políticos superficiales que corresponden a los ritmos de la acumulación capitalista. En efecto, la caída diseñada en los precios del petróleo debe tener sus frutos, no a mediano o largo plazo, ¡sino más inmediatamente!
Ahora que ha llegado la sorpresa, ¿qué deberían hacer el gobierno y el pueblo venezolanos? Los riesgos de esta nueva situación son más que evidentes pero, del mismo modo, debe quedar claro que el gobierno bolivariano fue extremadamente tonto al pensar que podía seguir un camino libre de riesgos hacia el socialismo, que era la aspiración expresada en la concertada “Modelo chino” de desarrollo lento de las fuerzas productivas del país mediante reformas inocuas. Éste es el perenne mito socialdemócrata, que siempre se proyecta sobre los cronogramas gradualistas y las fantasías de normalidad del capitalismo. Es un mito que el propio capitalismo, cuando periódicamente asume una modalidad fascista, se encarga de desacreditar.
Con una normalidad libre de riesgos y respetuosa de las reglas destrozada, ¿no es hora de que Venezuela intente algo más? Que Maduro ha estado blandiendo la Constitución venezolana como un talismán y al mismo tiempo pidió poderes excepcionales, lo muestra atrapado entre dos opciones. Sin embargo, para el movimiento socialista bolivariano en su conjunto, está claro que alguna variante de esta última opción –es decir, declarar una estado de excepción – es el camino correcto.
El verdadero estado de excepción, sin embargo, no es otra cosa que el socialismo: la negación de los mecanismos automáticos y los relojes de todo tipo del capitalismo en favor de una construcción humana deliberada. No consiste ni en perseguir al monstruo imperialista hasta el Polo Norte ni en ignorarlo, sino en marchar al ritmo de su propio tambor. El ritmo de este tamborilero está marcado por las necesidades de las masas, cuya satisfacción programada (mediante pasos sólidos hacia el socialismo) es la protección más segura que puede tener el gobierno de Maduro frente al imperialismo.
cris gilbert Es profesor de ciencia política en la Universidad Bolivariana de Venezuela.
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