La explotación violenta que empujó a la colonización de las Americas todavia no se ha dejado. Generación tras generación de pueblos indígenas han sido empujados hacia tierras marginales a través de terror, genocido, coerción, robo, manipulación legal, golpes, y guerras.
Los ricos y poderosos ganaron su guerra de 36 años y siguen insistiendo en su derecho a matar guatemaltecos, solo que a un ritmo más lento. Los vencedores lograron mantener la distribución de tierra más desigual del hemásfero—junto a uno de los niveles de desnutrición crónica infantil más altos—mientras la guerra contra el terrorismo persiste como una guerra de hambre.
La frase ‘Guatemala nunca más’ queda vacía cuando sigue con impunidad el asesinato de activistas contra la minería, las mujeres, los y las líderes indígenas, activistas pro-reforma agraria, sindicalistas, campesinos, y defensores de derechos humanos.
Quédese seguro que los derechos de los grandes terratenientes a hacer que los trabajadores agarios quedan impotantes con el uso de las pesticidas tóxicas sigue sin disminución, así como su derecho a acumular tierras para la exportación de lujos mientras mueren de hambre las familias de los pequeños productores.
Se mantiene el derecho de las compañias mineras transnacionales a contaminar el agua de comunidades con el cianudo mientras los defectos de nacimiento, el cáncer, y los abortos espontáneos que sufren las comunidades se descartan como los costos aceptables de su trabajo.
Se defiende los derechos de las represas hidroeléctricas ‘pro-desarrollo’ al costo de la ahogación de ecosistemas, y se hace de nuevo refugiados en sus propias tierras a los pueblos indígenas.
La USAID seguirá gastando millones de dólares para desestabilizar cada gobierno latinoamericano que busca la reforma agraria – mientras la misma organización predica la caridad en vez de la justicia para los campesinos guatemaltecos sin tierra.
Las transnacionales les robarán las plantas, las medicinas, y la sabidura a los pueblos indígenas. Semillas pasaron con amor de generación en generación serán robadas, diseccionadas en los laboratorios, mutiladas genéticamente, e impuestas a fuerzo a los campesinos por precios altísimos.
Los derechos de la propiedad intelectual de las compañías farmaceúticas a patentar las medicinas amazónicas justificarán a la muerte de millones de personas no capaces de comprar las curas de sus propias plantas.
Millones de personas en los paises más ricos utilizarán las mismas medicinas para combatir epidémicas causadas por el consumo de demasiada carne. Pero los mismos bosques amazónico serán destruidos para dar lugar a miles de millones de vacas que viven y mueren en condiciones de la cría intensiva. El culto de la muerte en la industria de la carne impone el sufrimiento a estos animales comodificados cuyas vidas son una tortura.
La agricultura tradicional, sostentible, biológicamente diversa, y orgánica sigue depurada por fincas de alta inversión, tóxicas, y dependiente de los combustibles fósil que están cambiando el clima – y causando el cáos climáctico hacia comunidades vulnurables.
Mientras el gobierno secunda a los autores de estas atrocidades, sigue razón para la esperanza en el corage y la resistencia que nace consísemente en las comunidades indígenas.
La vitalidad de un movimiento campesino unido en Guatemala sirve como señal de que las comunidades indígenas se están negando a estar dejadas en la pérdida histórica.
Movimientos de base en Bolivia, El Salvador, Venezuela, Ecuador, Cuba, y otros paises están recuperando los gobiernos de América para los pueblos. Y aunque la victoria electoral tal vez no sea inmanente en Guatemala, la ola de organizaciones de la sociedad civil fuertes y rebeldes que arriesgan sus vidas en la lucha por la justicia es algo de que el pueblo de Guatemala – y el mundo – debe estar orgulloso.
Ante amenazas y atentos contra la vida, los movimientos sociales guatemaltecos no dejan de impresionarme con su voluntad imparable para luchar para la dignidad y los derechos de su tierra y su pueblo.
Rebecca Granovsky-Larsen, periodista canadiense, editora, y activista con la asociación ACT for the Earth, que lucha por la paz y la justicia ecológica y social.
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