El 7 de agosto de 2022, Gustavo Petro, miembro del Consejo Internacional Progresista, se convirtió en el primer presidente de izquierda en la historia de Colombia. Aquí, el discurso inaugural completo de Petro está traducido al inglés por primera vez.
Llegar aquí implica sin duda un viaje de vida. Una vida inmensa que nunca se recorre sola. Mi madre Clara está aquí; nada existiría en mi mente en este momento sin ella. Aquí está mi padre Gustavo, del Caribe, y también mis hermanos Adriana y Juan, que me aguantaron. También están aquí mis hijos: Nicolás Petro, Nicolás Alcocer, Andrea y Andrés, y Sofía y Antonella, mis pequeños cuyo corazón y alma están floreciendo. Y también Verónica Alcocer, mi compañera, que me ha dado hijos y por tanto el regalo de la vida misma. Su amor ha hecho todo posible. Ella está aquí no sólo para acompañarme sino también para acompañar a las mujeres de Colombia en su esfuerzo por avanzar, por crear, por luchar, por existir; superar la violencia dentro y fuera de la familia; para construir la política del amor.
El pueblo, tal como lo ha estado en el camino de mi existencia, también está aquí. Las manos humildes del trabajador, de las campesinas y de quienes barren las calles. Aquí están los corazones del trabajo y los sueños de los que sufren; así son las mujeres trabajadoras que me abrazan cuando flaqueo, cuando me siento débil; y amor por el pueblo, por quienes sufren y son excluidos. Todo esto me ha traído aquí para unirnos y construir una nación.
Esta es la forma Cien años de soledad de nuestro querido Gabriel García Márquez finaliza: “Todo lo escrito allí fue, ha sido y será siempre, irrepetible porque los linajes condenados a cien años de soledad no tuvieron una segunda oportunidad en la tierra”.
Muchas veces en nuestra historia los colombianos hemos estado condenados a lo imposible, a la falta de oportunidades, al “No” rotundo. Quiero decirles a todos los colombianos que me escuchan en la Plaza Bolívar, en sus alrededores, en toda Colombia y en el extranjero, que hoy comienza nuestra segunda oportunidad. Nos lo hemos ganado. Te lo has ganado. Tu esfuerzo valió y valdrá la pena. Es tiempo para cambiar. Nuestro futuro aún no está escrito. Sostenemos la pluma y podemos escribirlo juntos, en paz y unidad. Hoy comienza una Colombia de posibilidades.
Estamos aquí contra todo pronóstico, contra la historia que decía que nunca gobernaríamos, contra los mismos de siempre, contra aquellos que no querían soltar el poder. Pero lo logramos. Hicimos posible lo imposible. Con trabajo, viajando y escuchando, con ideas, con amor, con esfuerzo. A partir de hoy comenzamos a trabajar para hacer posible más de lo imposible en Colombia. Si llegamos hasta aquí, haremos posible la paz.
Debemos poner fin, de una vez por todas, a seis décadas de violencia y conflicto armado; de hecho, diría yo, a dos siglos de guerra permanente, de guerra eterna, de guerra perpetua en Colombia. Se puede hacer. Cumpliremos con el acuerdo de paz, seguiremos las recomendaciones del Informe de la Comisión de la Verdad, que nos habla de la muerte de 800,000 colombianos, la mayoría gente humilde. No podemos seguir viviendo en esta nación de muerte; ahora debemos construir una nación de vida, y trabajaremos incansablemente para llevar paz y tranquilidad a cada rincón de Colombia. Éste es el gobierno de la vida, de la paz, y como tal será recordado. La paz es posible si establecemos un diálogo social en todas las regiones de Colombia, para encontrarnos en medio de nuestras diferencias, para expresarnos y ser escuchados, para encontrar, a través de la razón, los caminos comunes hacia la convivencia.
Es la sociedad en su conjunto la que debe iniciar un diálogo sobre cómo dejar de matarnos unos a otros y cómo avanzar. En los diálogos regionales vinculantes, llamamos a todos los pueblos desarmados a encontrar caminos para la convivencia dentro de sus territorios. No importa qué conflictos haya, nuestra tarea es expresarlos con palabras, encontrar soluciones a través de la razón. Propongo más democracia y más participación para poner fin a esta violencia. Pero también llamamos a todos los grupos armados a deponer las armas bajo el manto del pasado, a aceptar beneficios legales a cambio de la paz, a cambio de un cese definitivo de la violencia, y a trabajar como dueños de una economía próspera pero legal. que ponga fin al subdesarrollo de las regiones.
Para que la paz sea posible en Colombia necesitamos diálogo, mucho diálogo; Necesitamos entendernos unos a otros, buscar caminos comunes para avanzar, producir cambios. Por supuesto que la paz es posible si cambiamos. La política sobre drogas, por ejemplo, debe verse como una guerra por una fuerte política preventiva del consumo de drogas en las sociedades desarrolladas.
Es hora de una nueva convención internacional que acepte que la “guerra contra las drogas” ha fracasado –y ha fracasado rotundamente; que ha llevado al asesinato de un millón de latinoamericanos –la mayoría de ellos colombianos– en los últimos cuarenta años, y que causa que 70,000 estadounidenses mueran por sobredosis de drogas cada año; que la guerra contra las drogas ha fortalecido a las mafias y debilitado a nuestros gobiernos.
La guerra contra las drogas ha llevado a los Estados a cometer crímenes (nuestro Estado ha cometido crímenes) y ha desdibujado el horizonte de la democracia. ¿Vamos a esperar a que otro millón de latinoamericanos sean asesinados y 200,000 muertes por sobredosis en Estados Unidos cada año? ¿Vamos a esperar otros cuarenta años y que otro millón de latinoamericanos mueran por homicidio y 2,800,000 norteamericanos por sobredosis? O mejor dicho, ¿intercambiamos fracasos por éxitos que permitan a Colombia y América Latina vivir en paz?
Ha llegado el momento de cambiar la política antidrogas en el mundo, para que garantice la vida y no genere muerte. Nos siguen diciendo que quieren apoyarnos en la paz; nos lo dicen una y otra vez en todos sus discursos. Por eso deben cambiar la política antidrogas que está en sus manos: las potencias mundiales, las Naciones Unidas. Tienen el poder para hacerlo.
Que la igualdad sea posible. Sólo el 10 por ciento de la población colombiana posee el 70 por ciento de la riqueza. Esto es absurdo y amoral. No debemos naturalizar la desigualdad y la pobreza. No debemos mirar para otro lado; no seamos cómplices. A través de determinación, redistribución y un programa de justicia, haremos que Colombia sea más igualitaria y crearemos más oportunidades para todos. La igualdad es posible si somos capaces de crear riqueza para todos y si somos capaces de distribuirla de manera más justa. Por eso proponemos una economía basada en la producción, el trabajo y el conocimiento. Y por eso proponemos una reforma tributaria que produzca justicia.
No es cierto que el mundo sea igual. No es cierto que en la mayoría de los países del mundo exista esta desigualdad social que tenemos en Colombia. Somos una de las sociedades socialmente más desiguales del planeta Tierra. Y es una aberración que no podemos sostener si queremos ser una nación, si queremos vivir en paz.
Tomar una parte de la riqueza de las personas que más tienen y más ganan, abrir las puertas de la educación a todos los niños y jóvenes, no debe verse como un castigo o un sacrificio. Es simplemente un pago solidario que alguien afortunado hace a una sociedad que le permite y garantiza su fortuna. Si somos capaces de llevar una parte de la riqueza que se crea a los niños desnutridos a través de algo tan simple como pagar impuestos regulares, seremos más justos y más pacíficos.
Es más que una cuestión de caridad; es una cuestión de solidaridad humana. La solidaridad es lo que ha permitido a las naciones sobrevivir y lograr los mayores avances culturales y civilizacionales. La humanidad no ha progresado compitiendo; lo hemos hecho ayudándonos unos a otros. Por eso estamos vivos en este planeta. Seremos iguales cuando los que más tienen paguen sus impuestos con gusto, con orgullo, sabiendo que ayudarán a su prójimo niño, niña, bebé, joven o mujer a crecer sanamente, a pensar, a vivir plenos de la alimentación y la educación. del cerebro y del alma. La solidaridad es el impuesto que pagan quienes pueden permitírselo y el gasto estatal que va a quienes lo necesitan durante su infancia, su juventud o su vejez. El gasto del Estado no es para mafias políticas; es para el pueblo de la nación.
Por eso hemos propuesto una reforma tributaria, una reforma de salud y de pensiones, una reforma de los contratos laborales y una reforma educativa. Por eso hemos priorizado en nuestro presupuesto la inversión en educación, salud, agua potable, distritos de riego e infraestructura vial local. Los impuestos no serán confiscatorios; simplemente serán justos para un país que debe reconocer la enorme desigualdad social en la que vivimos como una aberración, para un Estado que debe proteger gastos transparentes y para una sociedad que merece vivir en paz.
Ser una sociedad del conocimiento, una sociedad en la que todos sus miembros tengan el más alto nivel de escolaridad y cultura, no es una utopía. Las naciones que eran más pobres que las nuestras hace apenas unas décadas son ahora sociedades del conocimiento sólo porque han priorizado la inversión en educación pública. Ha llegado el momento de saldar la deuda que tenemos con nuestro sistema de educación pública para que sea de la más alta calidad y accesible para todos.
Ha llegado el momento de que reconozcamos que el hambre avanza. Avanza en todo el mundo porque la idea de una seguridad alimentaria basada exclusivamente en el comercio internacional se ha derrumbado. El comercio internacional en sí mismo no es ni positivo ni negativo, pero si no se gestiona de manera inteligente y se planifica, puede destruir economías y vidas. El mundo de hoy está aprendiendo la importancia de la soberanía alimentaria.
La soberanía alimentaria es la garantía de que cada sociedad debe tener lo suficiente para consumir sus nutrientes esenciales. Colombia es un país que debe y puede gozar de soberanía alimentaria para alcanzar el hambre cero. Una misión del Estado –con cualquier apoyo que el sector privado desee brindar– debe ser garantizar la nutrición plena y saludable de toda la sociedad colombiana y lograr excedentes exportadores.
En esta tierra donde el ser humano descubrió el maíz, debemos volver a producir maíz. El Estado tendrá que proporcionar irrigación, créditos, técnicas, semillas mejoradas y protección. El campesinado y la empresa privada podemos aportar el trabajo y el compromiso diario para que nuestros campos vuelvan a producir los alimentos que nuestro pueblo necesita. Volveremos a construir distritos de riego con el ejército y casas rurales y caminos con los soldados de la patria. El ejército, la sociedad y la producción económica pueden unirse en una nueva ética social indestructible.
Nuestros helicópteros, aviones y fragatas no sólo sirven para bombardear o disparar. También sirven para crear la primera infraestructura para la salud preventiva del pueblo colombiano. Sólo si producimos seremos ricos y prósperos como sociedad. La riqueza está en el trabajo, y el trabajo es, cada vez más, obra de la inteligencia. Por eso, a partir de hoy, todos los bienes decomisados de la SAE (Sociedad de Bienes Especiales) pasarán a ser la base de una nueva economía productiva administrada por organizaciones campesinas, por cooperativas urbanas de jóvenes trabajadores y por asociaciones populares de mujeres.
Que la igualdad de género sea posible. No podemos seguir permitiendo que las mujeres tengan menos oportunidades laborales y ganen menos que los hombres, que tengan que dedicar tres o cuatro veces más horas al cuidado y que estén subrepresentadas en nuestras instituciones. Es hora de luchar contra todas estas desigualdades y nivelar la balanza.
Que el futuro verde sea posible. El cambio climático es una realidad. Y es urgente. Ni la izquierda ni la derecha lo dicen: la ciencia lo dice.
Tenemos que y podemos encontrar un modelo que sea económica, social y ambientalmente sostenible. Sólo habrá futuro si equilibramos nuestras vidas y la economía mundial con la naturaleza. La ciencia ha anunciado la posible extinción de la especie humana en apenas uno o dos siglos debido a los efectos sobre la salud de la crisis climática. El virus COVID dio a toda la humanidad una advertencia real y vívida sobre esta posibilidad. La ciencia no parece estar equivocada. Por eso, desde esta Colombia le pedimos al mundo acción y no hipocresía.
Estamos dispuestos a pasar a una economía sin carbón ni petróleo, pero al hacerlo no ayudamos mucho a la humanidad. No somos nosotros los que emitimos gases de efecto invernadero. Son los ricos del mundo quienes lo hacen, acercando al ser humano a la extinción, pero sí tenemos la mayor esponja de absorción de estos gases después de los océanos: la selva amazónica. Uno de los pilares del equilibrio climático y de la vida en el planeta es la selva amazónica. ¿Vamos a permitir que esta selva tropical sea destruida hasta llegar al punto de no retorno en la extinción de la humanidad? ¿O lo vamos a salvar con la propia humanidad que quiere seguir viviendo en esta tierra? ¿Dónde está el fondo global para salvar la selva amazónica?
Los discursos no lo salvarán. Podemos convertir a toda la población que habita la Amazonía colombiana en una población que hoy cuida la selva tropical, pero necesitamos los fondos mundiales para hacerlo. Si es tan difícil conseguir el dinero que los impuestos al carbono y los fondos climáticos deberían otorgar para salvar algo tan esencial, entonces propongo un canje de deuda externa por gasto interno para salvar y recuperar nuestras selvas, bosques y humedales para la humanidad. Reduzcamos la deuda externa y gastaremos el excedente para salvar vidas humanas. Si el FMI [Fondo Monetario Internacional] ayuda a intercambiar deuda por acciones concretas contra la crisis climática, tendremos una economía nueva y próspera y una nueva vida para la humanidad. No más “no se puede hacer” y “siempre ha sido así”.
Hoy comienza una Colombia de posibilidades. Hoy comienza nuestra segunda oportunidad. Desde hoy soy el presidente de toda Colombia y de todos los colombianos, y ese es mi deber y mi esperanza.
Colombia no es sólo Bogotá. El gobierno del cambio será descentralizado. Les prometo que estaremos presentes y trabajando en todo el país, desde Leticia hasta Punta Gallinas, desde Cabo Manglares hasta Isla San José. La ausencia del Estado en muchas partes del país duele mucho. No más. Voy a trabajar para que tu lugar de nacimiento no condicione tu futuro y para que el Estado esté presente en cada rincón de Colombia. Agradezco la presencia de presidentes y demás representantes de los pueblos hermanos de América Latina y del mundo.
En tiempos en que vemos naciones hermanas bombardeándose entre sí, aquí, en el corazón de Colombia, en el corazón de América Latina, hay una decena de presidentes regionales, con diversidad ideológica y de diferentes procedencias, pero todos unidos en compartir esta verdadera celebración del democracia. Es hora de dejar atrás los bloques, grupos y diferencias ideológicas para trabajar juntos. Entendamos de una vez por todas que lo que nos une es mucho más de lo que nos separa, y que juntos somos más fuertes. Que hagamos realidad la unidad soñada por nuestros héroes, como [Simón] Bolívar, [José de] San Martín, [José Gervasio] Artigas, [Antonio José de] Sucre y [Bernardo] O'Higgins.
No es utopía ni romanticismo. Es la manera de volverse fuerte en este mundo complejo. Si podemos canalizar el poder del conocimiento, el poder de la economía, el poder de la convivencia, la voz de América Latina se escuchará en el gran concierto de los pueblos del mundo.
Hoy necesitamos estar más unidos y unidos que nunca. Como dijo una vez Bolívar: “La unidad debe salvarnos, así como la división nos destruirá si se introduce entre nosotros”. Que termine la división de América Latina. Pero la unidad latinoamericana no puede ser sólo retórica, un mero discurso. Acabamos de vivir quizás lo peor de la pandemia de COVID, y América Latina no pudo unirse para coordinarse, para comprar las vacunas más baratas; fue prácticamente explotada sin capacidad de negociación, dispersa en sus gobiernos.
¿Vamos a tener una América Latina sin capacidad de investigación científica, una América Latina sin capacidad de coordinar sus servicios de salud, sin capacidad de coordinar la compra de medicamentos de manera unificada? América Latina está unida por algunas instituciones pero no por proyectos concretos. ¿Hemos logrado la conexión de todas nuestras redes eléctricas? ¿Existe una red eléctrica que cubra toda América? ¿Hemos logrado que nuestras fuentes de energía sean limpias? ¿No es hora de alentar a las empresas petroleras públicas y a nuestras empresas de transmisión eléctrica a construir el instrumento empresarial y financiero latinoamericano que impulse las inversiones en la generación de energías limpias y en la transmisión de esa energía a escala continental? Colombia pondrá su énfasis internacional en alcanzar los acuerdos más ambiciosos posibles para frenar el cambio climático y defender la paz mundial.
No estamos a favor de la guerra. Estamos para la vida. Buscaremos mayores alianzas con África, de donde venimos; buscaremos una alianza de los pueblos negros de América; buscaremos que San Andrés sea un centro sanitario, cultural y educativo del Caribe antillano; y de ahí saldrán todos los embajadores de Colombia para las Antillas. Buscaremos una alianza con el mundo árabe en el camino para avanzar hacia las nuevas economías descarbonizadas.
Buscaremos unir nuestra Buenaventura y nuestro Tumaco con el rico y productivo Este Asiático. Nuestro himno, que es uno de los más bellos del mundo, dice “siente o sufre”. Colombia ha acumulado siglos de sufrimiento. Una madre que no puede alimentar a su hijo sufre. Sufre un joven que emigra porque no encuentra oportunidades. Sufre una abuela o un abuelo que no tiene una pensión digna.
La Colombia que soñamos, la Colombia que queremos, la Colombia que merecemos es la Colombia que queremos sentir. La Colombia que vibra, que se esfuerza, que anhela y trabaja por alcanzar la paz; que quiere una tierra próspera, con iguales posibilidades sin importar el lugar de nacimiento, sin importar los apellidos de los padres o el color de piel. Esa es la Colombia que queremos sentir y por la que trabajaremos hasta el último día de nuestro mandato. En este primer discurso como presidente de Colombia, ante el poder legislativo y ante mi pueblo, quiero compartir el programa de diez puntos de mi gobierno y mis compromisos.
- Trabajaré para alcanzar la paz verdadera y definitiva: como nadie, como nunca antes. Cumpliremos con el acuerdo de paz y seguiremos las recomendaciones del informe de la Comisión de la Verdad. El “gobierno de la vida” es el “gobierno de la paz”. La paz es el sentido de mi vida; es la esperanza de Colombia. No podemos fallarle a la sociedad colombiana. Los muertos se lo merecen. Los vivos lo necesitan. La vida debe ser la base de la paz: una vida justa y segura; una vida para vivir “sabroso”, para vivir felices, para que la felicidad y el progreso sean nuestra identidad.
- Cuidaré de nuestros abuelos y abuelas, de nuestros hijos, de las personas con discapacidad, de las personas a quienes la historia o la sociedad han marginado. Haremos una “política de cuidado” para que nadie se quede atrás. Somos una sociedad solidaria que se preocupa y se preocupa por los demás. Que su gobierno haga lo mismo. Haremos una política sensible al sufrimiento y dolor de los demás, con herramientas y soluciones para crear igualdad.
- Gobernaré con y para las mujeres de Colombia. Hoy aquí iniciamos un gobierno con paridad de género con un ministerio de igualdad. ¡Finalmente! Con nuestra vicepresidenta y ministra, Francia Márquez, vamos a trabajar para que el género no determine cuánto se gana ni cómo se vive. Queremos igualdad y seguridad real para que las mujeres colombianas puedan caminar pacíficamente y no temer por sus vidas.
- Dialogaré con todos, sin excepciones ni exclusiones. Este será un gobierno de puertas abiertas para cualquiera que quiera discutir los problemas de Colombia, como quiera que se llame, venga de donde venga. Lo importante no es de dónde venimos sino hacia dónde vamos. Nos une nuestro deseo de futuro, no el peso del pasado. Vamos a construir un Gran Acuerdo Nacional para marcar la hoja de ruta de Colombia en los próximos años. El diálogo será mi método, los acuerdos mi objetivo.
- Escucharé a los colombianos, como lo he hecho durante años. No gobernamos a distancia, lejos del pueblo y desconectados de sus realidades. Al contrario, gobernamos escuchando. Vamos a diseñar mecanismos y dinámicas para que todos los colombianos se sientan escuchados en este gobierno. No quedaré atrapado entre las cortinas de la burocracia. Estaré cerca de los problemas. Caminaré al lado y junto a colombianos de todos los rincones del país. Sólo quien está presente puede comprender y ponerse en el lugar del otro.
- Defenderé a los colombianos de la violencia y trabajaré para que las familias se sientan seguras y tranquilas. Lo haremos con una estrategia de seguridad integral. Colombia necesita una estrategia que vaya desde programas de prevención hasta la persecución de estructuras criminales y la modernización de las fuerzas de seguridad. Las vidas salvadas serán nuestro principal indicador de éxito. La seguridad se mide en vidas, no en muertes. Cuando la seguridad se mide en muertes, eso lleva al Estado a cometer delitos. Y este Estado no tolerará crímenes atroces. Este Estado es un Estado social de derecho. El crimen se combate de muchas maneras. Todos ellos son esenciales. Quiero defender a las familias colombianas de la inseguridad cotidiana y cotidiana, ya sea de machista violencia o cualquier otro tipo de violencia.
- Lucharé contra la corrupción con mano firme y sin vacilaciones: un gobierno de “tolerancia cero”. Recuperaremos lo robado, estaremos atentos para que no vuelva a suceder y transformaremos el sistema para desalentar este tipo de prácticas. Ni familiares, ni amigos, ni colegas, ni colaboradores: nadie está excluido del peso de la ley, del compromiso contra la corrupción y de mi determinación de luchar contra ella. A partir de ahora, los servicios de inteligencia del Estado no perseguirán a la oposición política, ni a la prensa libre, ni al poder judicial, ni a quienes piensan diferente. Hoy, el principal objetivo del cuerpo de inteligencia del Estado es localizar y combatir la corrupción.
- Protegeré nuestro suelo y subsuelo, nuestros mares y ríos, nuestro aire y cielo. Nuestros paisajes nos definen y nos llenan de orgullo. Y por eso no permitiré que la codicia de unos pocos ponga en riesgo nuestra biodiversidad. Enfrentaremos la deforestación incontrolada de nuestros bosques y promoveremos el desarrollo de energías renovables. Colombia será una potencia mundial de vida. El planeta Tierra es la casa común de los seres humanos. Y Colombia, desde su enorme riqueza natural, liderará esta lucha por la vida planetaria.
- Desarrollaré la industria nacional, la economía popular y el campo colombiano. Priorizaremos a la mujer campesina, a la mujer de la economía popular, a las micro, pequeñas y medianas empresarias de Colombia. Pero nuestra invitación es a producir, a trabajar, a ser conscientes de que sólo seremos una sociedad rica si trabajamos, y que el trabajo –cada vez más en el siglo XXI– es una propiedad del conocimiento del cerebro, de Inteligencia humana. Acompañaremos y apoyaremos a todos aquellos que trabajan duro por Colombia: el campesino que se levanta al amanecer, el artesano que mantiene viva nuestra cultura, el emprendedor que genera empleo. Necesitamos que todos crezcan y redistribuyan la riqueza. La ciencia, la cultura y el conocimiento son el combustible del siglo XXI. Vamos a desarrollar una sociedad del conocimiento y la tecnología.
- Cumpliré con nuestra constitución. Como dice el artículo I: “Colombia es un Estado social de derecho, organizado como una República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto a la dignidad humana, en el trabajo y solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”. También desarrollaremos un nuevo marco legal para que nuestro desarrollo sea sostenible, justo e igualitario.
La ley, como dice Paolo Flores d'Arcais, es el poder de quienes no tienen poder. Necesitamos mejores leyes, nuevas leyes al servicio de las grandes mayorías y que garanticen su cumplimiento. Tengo mucha confianza en que los debates en nuestras asambleas legislativas serán fructíferos y ofrecerán resultados para la sociedad colombiana. Hay mucho trabajo por hacer y tengo plena confianza en nuestros representantes.
Y finalmente uniré a Colombia. Uniremos entre todos a nuestra querida Colombia. Tenemos que poner fin a la división que nos enfrenta como pueblo. No quiero dos países, como tampoco quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida. Los desafíos que enfrentamos como nación exigen un período de unidad y consenso básico. Es nuestra responsabilidad.
Concluyo aquí con lo que me dijo un niño Arhuaca en la ceremonia de posesión ancestral que hicimos el viernes en “el corazón del mundo”, como lo llaman los niños de la Sierra Nevada de Santa Marta:
Para armonizar la vida, unificar a los pueblos, sanar a la humanidad, sintiendo el dolor de mi pueblo, de mi pueblo aquí, que este mensaje de luz y de verdad corra por vuestras venas y por vuestro corazón y se convierta en actos de perdón y reconciliación global. , pero primero en nuestros corazones y en mi corazón.
Hijos de Colombia, tenemos una segunda oportunidad bajo los cielos de la tierra. Gracias.
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