Revolución en los tiempos de los hámsters.
Ricardo Levins Morales
“Yo creo que ya no estamos en Kansas, Toto”, Dorothy compartió sus sospechas con su perrito mientras miraban un paisaje poco familiar. Todavía mareados con su propia crisis climática, Dorothy podía reconocer una nueva realidad estratégica cuando se le presentaba; una que la forzaría a repensar sus capacidades, sus metas y las alianzas que sus intereses tendrían que buscar bajo condiciones radicalmente alteradas.
Nosotros, en la izquierda y política progresista de los Estados Unidos, estamos experimentando un “momento a lo Dorothy”. Las presiones que han estado creciendo por décadas a lo largo de puntos de fallas sísmicas de la política bajo tierra se han combinado para crear temblores políticos que no podemos ignorar. Las palabras se quedan cortas junto al alcance dramático de los cambios: el brusco declive del poder imperial de los EEUU, un sector financiero que se desenmaraña y sistemas de apoyo desintegrándose, tales como vivienda, salud y nutrición; glaciares que se derriten, crecientes subidas de la marea, tormentas extremas y sequías, sistemas de pesca y agricultura colapsados; enfermedades infecciosas re-emergentes, crecientes hambrunas y crecimiento de flujos migratorios.
Todo lo que pasa por la izquierda en los Estados Unidos, sin embargo, se contenta con creer que todavía estamos en Kansas; que sería suficiente hacer lo que siempre hemos hecho solo que aún más: “redoblar nuestros esfuerzos” en protestar los abusos, pelear para expandir los “espacios políticos” y esperar que condiciones más favorables nos permitan algún día abordar los asuntos fundamentales. Estos comentarios están dirigidos a retar estas complacencias. Yo argumentaría que la manera misma en que las protestas y la abogacía están estructuradas aseguran que nuestro impacto este contenido y seguro, y que nuestro doble trabajo en estrategias defectuosas no nos traerá más cerca de un futuro humano y sustentable. Yo sugiero que la repetida canción de la izquierda, “somos débiles, no tenemos poder”, refleja una impotencia aprendida que nos previene de ver, mucho menos de agarrar, un mundo de oportunidades que están a nuestro alrededor.
Nuestra inhabilidad de pensar en términos estratégicos audaces o de apreciar los recursos abundantes a nuestro alcance no es por accidente. Es el legado estructural de los movimientos de masas que florecieron hace cuarenta años y de los métodos empleados para dispersarlos. La brutal represión policiaca estuvo dirigida contra las organizaciones militantes de las comunidades mas de color mientras millones de dólares federales y corporativos fueron dirigidos al creciente sector de “las organizaciones sin fines de lucro”. Su aparición representó lo mismo una victoria para los movimientos que demandaban que los recursos fueran dirigidos a los servicios y los esfuerzos organizativos que estos habían iniciado y el éxito de las estructuras de poder de quitarles su contenido radical. Las aspiraciones de la sociedad civil estarían ahora canalizadas a través de estas entidades altamente reguladas cuyos mandatos son abogar por poblaciones específicas o tratar de limitar el daño de particulares practicas corporativas o gubernamentales. Cuestionar la santidad de las reglas corporativas no es algo que esta sobre la mesa de negociación. Aceptar estas limitaciones califica a una organización para mantener su estatus de exento de pagar impuestos y competir para obtener fondos corporativos y gubernamentales. Esto provee una salida al descontento pero asegura que aún cuando ganemos victorias duramente luchadas no impactarían el balance de poder.
Este escenario podría parecerse a un arreglo de ruedas para hamsters. Sí, generan energía y frecuentemente proveen de apoyo vital y necesario a los que más lo necesitan, pero con limitantes que usualmente no pueden ver. Las luchas por los refugios para las personas sin techo, acuerdos laterales en los tratados, estándares de contaminación, derechos de los servicios de bienestar público, acceso a los medios y mesas civiles de revisión de la policía, no son, después de todo, luchas por la justicia. Son luchas para mitigar, limitar y regular las injusticias. El reto a las estructuras de opresión (no sólo a los que oprimen) son rápidamente juzgados como “más allá de nuestra misión” y seguro de alarmar a los donantes. Mientras tanto, nuestros adversarios trabajan a una escala mayor, moldeando un campo más amplio en el cual cien mil ruedas de hamsters dan vueltas y vueltas constantes. El enfoque de las organización sin fines de lucro en metas limitadas es reforzado por el trauma historico del Miedo Rojo, el cual ha hecho que los izquierdistas se asusten de articular una misión moral alternativa.
Ese pacto con el diablo tiene precedentes. La Acta Wagner de 1935 (y su hijastro de 1947, Taft Hartley) confirieron reconocimiento del derecho de los sindicales para organizarse para propósitos estrechamente definidos al tiempo de declarar asuntos políticos y de clase más amplios fuera de límite. Un año antes de Wagner, el Acta de Reorganización Indígena (Indian Reorganization Act) concedió “la soberanía” truncada a las Naciones Indígenas a cambio de su sumisión a las autoridades federales. El establecimiento del “Estado Libre Asociado” de Puerto Rico (1952) sigue este mismo patrono.
La Oficina Oval opera con limitantes similares. Un Presidente podría buscar reformas que no amenazaran la santidad del poder corporativo. A las políticas que expresan el actual consenso de la elite corporativa en general se les conoce como asuntos “bipartitas” y están por encima del alcance de que un Presidente de que juegue con ellas. Los documentos políticos de la Corporación Rand o del Consejo de Relaciones Exteriores o los editoriales del Wall Street Journal son generalmente mejores en predecir las futuras políticas presidenciales que ninguna promesa hecha durante la ruta de campaña. Es por esto que las iniciativas políticas mayores de hoy en día, ya sean sobre una reforma a la cobertura de salud, regulación financiera, vivienda, cambio climático o política externa, tienen todas los intereses de la protección corporativa en su centro.
El esfuerzo actual de invitar al sector progresista de las organizaciones sin fines de lucro dentro de la coalición imperial sigue la ruta tomada por el movimiento laboral en el último medio siglo. A cambio de una relación negociada con empleadores nacionales, el AFL-CIO (Central de sindicatos de trabajadores) ayudó a desarrollar una ofensiva de los Estados Unidos contra los sindicatos activistas por todo el mundo. El resultado de la supresión de la militancia sindical en los países mas pobres facilitó la producción fuera del país de productos manufacturados hacia estas nuevas regiones pacificadas, seguido de un asalto total contra esos molestos sindicatos estadounidenses. Como Tecumseh argumentaría hace doscientos años, los negocios de ofertas individuales con el imperio por lo general no terminan bien.
Esta visión estructural nos dice sólo parte de la historia. La necesidad produce innovación y no hay escasez de soluciones viables y excitantes a las crisis que afectan nuestros sistemas esenciales de apoyo de vida. Lo que nos falta es lo que el antiguo Administrador de Desarrollo de las Naciones Unidas James Gustave Speth llamó “un nuevo sistema operativo” el cual podría integrar estas iniciativas en un nuevo, sustentable paradigma social. Esto requeriría una vuelta radical del poder de las élites corporativas-financieras a las estructuras democráticas enraizadas en la sociedad civil. El mundo puede ser un hogar sustentable para todos los que residimos aquí o ser un cajero automático para unos cuantos insaciables… no puede ser las dos cosas.
El unir a una multitud de mini-luchas fracturadas en un movimiento poderoso requiere de una visión lo suficientemente amplia para que nos abarque a todos. Esto puede producir lo mismo beneficios a corto que a largo plazo. Los movimientos populares ganaron más reformas progresistas durante la administración de Richard Nixon que durante la de Bill Clinton porque los movimientos de masas estaban en las calles haciendo demandas “impensables”. El gobierno liberal se indujo a estimular concesiones a Martin Luther King Jr., a sabiendas de que las fuerzas más militantes del Poder Negro a su izquierda estaban ganando influencia.
Creer que el Presidente es el “organizador en jefe” de una agenda del pueblo ha llevado a los líderes laborales y progresistas a buscar influencia en vez de construir poder. Bill Clinton demostró a donde llega esta estrategia: uso verborrea elocuente para la reforma de leyes laborales (incluyendo la restricción a “trabajadores suplentes”) pero reservó su verdadero capital político en pasar el Tratado de Libre Comercio (TLC o NAFTA) y “terminar con el sistema de Beneficios Públicos o sistema de Welfare tal como lo hemos conocido”. Un vistazo a la actual linea de fuerzas sugiere de una suerte similar para el Acta de Elección Libre de los Empleados (Employee Free Choice Act). El ataque rabioso de la derecha contra las reformas mas cautelas – y por extensión, la Casa Blanca de Obama – están causando que la izquierda liberal movilice toda su capacidad en defensa de estas tibias, pro-corporativas propuestas de ley.
Si el camino en el que estamos nos lleva al precipicio, entonces un cambio en nuestra orientación estratégica ya está pasado de tiempo. Si la administración de Obama propone modestas iniciativas de orientación ecológica y luego las rebaja para acomodar intereses corporativos, (podría ser discutido que) todavía terminaríamos más allá de donde habíamos empezado. Si tenemos una visión de que avanzamos en un vasto campo abierto, entonces mediríamos nuestro progreso en término de yardas ganadas y estaríamos satisfechos de que por lo menos nos estamos moviendo en la dirección correcta. Si, en cambio, se hubiera abierto un barranco y tuviéramos que cruzarlo de un brinco para poder sobrevivir, entonces la diferencia entre llevar un veinte por ciento en lugar de un cuarenta por ciento de camino recorrido sería sin sentido. Quiere decir que ha habido una transición de un sistema de calificaciones políticas en letras a uno de “pasar/reprobar” el grado. O damos el brinco o no.
Organizar es una forma de contar cuentos públicamente, como lo ha demostrado abrumadoramente la derecha. De mejor manera trasciende agravios específicos para apuntar hacia una visión convincente. Los estudiantes de 1960 arriesgaron sus vidas para integrar las barras de los restoranes porque era parte de una mayor historia sobre la dignidad y los derechos de igualdad.
Para alcanzar ese tipo de resonancia nuestra lucha por una reforma debe de trascender el modelo de la rueda del hámster de afrontar estrechos agravios de específicos grupos de constituyentes. En vez de esto deben servir para ilustrar el común de nuestros sueños para así promover alianzas de base. En el documento estratégico Más allá del Matrimonio, los 17 autores propusieron un armazón radical para desafiar la conservadora política de “familia”. En lugar de un estrecho enfoque de legalizar el matrimonio entre parejas del mismo género, articulan una agenda pro-familia ampliamente definida que abarca la protección legal para una amplia gama de deliberadas relaciones domésticas (románticas o no): el derecho de las familias inmigrantes de ser reunidos (y dar fin a las redadas que los separan); acuerdos de apoyo mutuo entre ancianos; apoyo a las familias de miembros encarcelados; apoyo nutricional a niños en edad escolar, y demás asuntos. La Coalición de Revocación de Arizona (Arizona Repeal Coalición) toma un enfoque similar en su campaña para hacer retroceder toda la legislación antiinmigrante, exigiendo “Libertad para Amar, Vivir y Trabajar Donde Queramos Estar” . Lo que emerge de esta estrategia es que se enlaza orgánicamente a los sectores populares que de otra forma estarían puestos unos contra otros (testimonio de esto es la Proposición 8 en California).
Un radical enfoque narrativo de organizar puede abrir nuevas posibilidades estratégicas. Por ejemplo, re-enmarcar el tema de inmigración podría incluir el bloqueo del Río Mississippi con pequeñas barcas para parar las gabarras que jalan el maíz genéticamente modificado hacia México, donde injustamente compiten contra la economía agrícola de subsistencia, empujando a los agricultores a dejar su tierra. Esto ilustraría los intereses comunes de inmigrantes y otros trabajadores, agricultores (de los dos lados del río), y consumidores que confrontan los mismos intereses corporativos. Captando la logística del intercambio comercial expondría la vulnerabilidad del sistema y abriría avenidas atractivas para la participación de los jóvenes.
La creciente crisis financiera ofrece otras arenas prometedoras para organizar alrededor de necesidades humanas inmediatas. El naciente movimiento contra las ejecuciones judiciales de hipotecas en los Estados Unidos incluye en su arsenal táctico el bloquear los desalojos y colocar a las familias sin techo a casas hipotecadas judicialmente. Esto desafía directamente la legitimidad de la “bancocracia”, acierta la primacía de la necesidad por encima de la avaricia y demuestra el poder de la acción directa colectiva. Como el movimiento brasileño de los sin tierra, combina la protesta con el rescate de los recursos vitales para los que lo necesitan. Más significativo aún, le da cuerpo a una transferencia de soberanía de los suites de lujo a las calles.
La cansada dicotomía entre luchar para mejorar las condiciones de vida de la gente contra luchar para hacer cambios fundamentales no nos servirá por lo pronto. Si la crisis ecológica y social que avanza incrementando la urgencia de traer cambios sistémicos hace lo mismo para las reformas esenciales. Para conocedores de adentro de administraciones progresistas como Hilda Solís o Van Jones, para hacer uso efectivo de esta ventana de oportunidad, se necesitara un viento más fuerte a sus espaldas del que sopla de la Oficina Oval. Este viento no vendrá de centros de poder corporativos, sino que deben de emerger de las calles en forma de exigencias que vayan más allá de los cambios que actualmente son “pensables”.
Si elevamos las miras de nuestra lucha de la abogacía a tomar al sistema dominante en su totalidad es posible fijarse en sus puntos débiles. De significancia particular es la estrategia dual del manejo de población: la expansión exponente de un sistema penal basado en el color para traer a la población afro-americana sustancialmente bajo el control del sistema de justicia criminal (la versión de hoy de las “ Leyes Negras”); y la restructuración de la política migratoria para reemplazar a la vasta mano de obra indocumentada por un grupo laboral documentado pero con derechos legales limitados, sujetos a un control inescapable del sector patronal. En otras palabras, un nuevo orden domestico está bajo construcción que amarra en una camisa de fuerza de vulnerabilidad legal a las dos poblaciones quienes por razones históricas y demográficas están mejor posicionadas para montar un mayor reto político. Esto sugeriría que poner en la mira estos regimenes opresivos – y reducir esa vulnerabilidad – es la llave para abrir el poder político de estos constituyentes. Para otros indicadores de los puntos débiles del sistema, habrá que mirar que senderos han sido cerrados por medios legales y burocráticos: sindicatos que se entrometen en asuntos amplios de clase, organizaciones civiles que abordan las causas de la opresión y una acción directa que interrumpe el funcionamiento del comercio y el imperio. ¿Que más clara invitación necesitamos?
Esta perspectiva más amplia puede además revelar recursos estratégicos que son invisibles desde el mundo de la rueda de los hámsters de la abogacía de un solo asunto y las gestiones de contratación. El único sector creciente en la desplomada industria periodística, por ejemplo, consiste en las publicaciones que sirven a las comunidades de color. Estos negocios son mas progresistas que la prensa corporativa y gozan de la confianza de sus lectores. Los periódicos de la comunidad negra con una circulación de 15 millones, los diarios latinos con 16 millones, y los periódicos en lengua china alcanzando un millón (para dar tan sólo un cuadro parcial), constituyen una red establecida de medios relativamente independientes enraizados en miles de comunidades. Estos negocios de bajos recursos son frecuentemente receptivos a noticias alternativas y análisis, pero dependen de las redes de prensa porque éstas son de fácil acceso. El ofrecer una constante cosecha de material del movimiento a estos periódicos al igual que noticias del barrio y del consejo laboral local, puede llegar a influir el discurso nacional de una manera que seria difícil lograr si solo esperáramos que el New York Times transmitiera nuestra historia.
Una estrategia así podría haber mantenido la peleada Costa del Golfo de desaparecer del radar nacional aun cuando se volvió el campo de batalla para los saqueos corporativos y re-emplazamientos étnicos. Tal vez no tenemos el sistema de sonido de la clase corporativa, pero gritar a viva voz desde el barranco puede hacer un fuerte ruido.
Hay mas y mas sofisticadas maneras de organizar que se llevan a cabo actualmente que en la cúspide de los movimientos sociales, pero sin una visión unificada no constituye un movimiento. Es como si hubiéramos sufrido un daño cerebral traumático que hubiera cortado nuestra visión estratégica de nuestra capacidad funcional. Este asunto –la conexión entre nuestra visión, nuestra voz, y nuestra capacidad en la calle- define la diferencia entre la energía generativa y el poder acumulativo.
Nadie sabe lo que la próxima ola de luchas va a desencadenar, qué punto de referencia las unificara para formar un movimiento o qué formas organizativas emergentes que le den cuerpo estas aspiraciones. La experiencia con movimientos sugiere que aún hay cosas por hacer para mejorar su oportunidad de éxito. La tarea mas importante en esto es “descolonizar nuestras mentes”.
¿Es sensible hablar de la revolución en los tiempos de los hamsters? Algunos experimentados lideres del movimiento están aconsejando lo opuesto. Argumentan que después de décadas de bombardeo de la máquina de sonido de la derecha nos aislaría de presentar ninguna idea demasiado radical para nuestros tiempos. Seriamos vulnerables a los ataques reaccionarios y al ridículo. Esto es verdad, desde luego, pero la derecha atacará con igual violencia sin importar lo que ofrezcamos y nada los excita más que el olor de la timidez. Cuando los activistas conservadores se reagruparon después de la derrota electoral de Barry Goldwater en 1964, sabiamente empezaron su marcha por el poder estableciendo un polo de la derecha alrededor del cual organizarse. No suavizaron su visión porque la izquierda estuviera dominando el espacio público. Una cultura política no favorable es algo que hay que cambiar, no acomodarnos a ella. El estrato intelectual de la izquierda ha caído bastante en un paradigma de impotencia aprendida. Cuando los liberales están en el poder nos sentimos obligados a defenderlos porque los republicanos podrían regresar. Cuando la derecha está en el poder, debemos reemplazarlos bajo cualquier costo, lo que significa apoyar a los demócratas. Lógicamente, esto significa que nunca habrá circunstancias que justifiquen construir un movimiento que hable con su propia voz. La ausencia de esta voz nos hace más débiles en cada nueva coyuntura y este hecho se convierte en un argumento para aumentar nuestra timidez. Sin ningún polo opositor hacia la izquierda de ellos, los demócratas continúa yéndose hacia la derecha en la ola republicana.
Una estrategia actual de timidez solamente reproducirá el patético espectáculo del “debate” sobre el cuidado de la salud: orquestadas bandas de derechistas lanzando ataques contra una tibia y pro-corporativa “reforma” que a nadie prende (a pesar de un apoyo público masivo, la opción de pago único ha sido declarada “fuera de la mesa de discusión” por el liderato demócrata). Si las cosas se han deteriorado al punto de que las selecciones en el menú político están entre neoliberales y neofascistas, es tiempo de proclamar otra opción en lugar de seleccionar entre las ofrecidas. Después de décadas de propaganda derechista la gente ya tiene hambre para alguien, quien sea, que sin apologías se declare por la cooperación, generosidad y solidaridad. Esto es lo pensaban que habían encontrado en Obama. ¡Millones de personas se levantaron para apoyar lo que pensaban que era una vuelta radical hacia la justicia, paz y compasión! ¿Pareciera esto digno de mención?
Los lideres no crean movimientos. Los movimientos crean lideres. Cuando no existe un movimiento, no hay lideres del movimiento. En esos tiempos el trabajo de los activistas es preparar la tierra para los dos. Los pasos a tomar incluyen probar los puntos volátiles de presión alrededor de agravios del pueblo (hay que recordar el boicoteo de autobuses de Montgomery); instigar estrategias narrativas radicales en las luchas populares (como en los ejemplos previos); enforzar nuestra débil red de instituciones del movimiento (la derecha se dio cuenta de esto hace mucho tiempo); aprender de luchas hermanas en otros tiempos y lugares; alentar las practicas de solidaridad concretas, en lugar de simbólicas; y continuar exponiendo a las estructuras opresivas debajo del sufrimiento del pueblo.
Lo mas importante de todo, necesitamos hablar. Esto no puede ser mas enfatizado. En otros tiempos que llamaron a una renovación del movimiento nos juntamos en círculos de estudio, grupos de concientización, escuelas libres, encuentros de educación popular, y otros medios para encontrar las reservas creativas en las luchas de base. Reajustar el compás estratégico del movimiento no es algo que podemos dejar a unos cuantos seleccionados. Cambiar las correlaciones de las fuerzas políticas, económicas y naturales, llama a una amplia, compleja y estratégica discusión a cada nivel de nuestro movimiento y en nuestras comunidades. Este proceso, que empieza a cristalizarse, debería de convertirse en una prioridad explicita para los activistas radicales de todas las tendencias políticas. Es un proceso que puede fundirse en el trabajo organizativo si las discusiones son iniciadas alrededor de las experiencias concretas de la gente, tales como el precio de la comida, la violencia de las pandillas, la vivienda y la situación de los sin-techo, empleos y poder en el lugar de trabajo, la guerra y el reclutamiento económico, y demás asuntos. Cuando la gente de la comunidad comparte sus historias de la brutalidad policiaca, se vuelve aparente rápidamente que el problema es mayor de “unas cuantas manzanas podridas”. A través de este compromiso colectivo y participativo podremos comenzar a darle forma a la teoría activista y al lenguaje organizativo que necesitaremos para salir de la rueda de los hámster en Kansas y reclamar la lucha por ese otro mundo que nos gusta decir que es posible.
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