Esta semana, patrocino una legislación en el Congreso de los Estados Unidos que pondrá fin a la participación militar estadounidense en Libia por las siguientes razones:
En primer lugar, la guerra es ilegal según la Constitución de Estados Unidos y nuestra Ley de Poderes de Guerra, porque sólo el Congreso de Estados Unidos tiene la autoridad para declarar la guerra y el presidente no ha podido demostrar que Estados Unidos enfrentaba una amenaza inminente de Libia. El presidente incluso ignoró a sus principales asesores legales del Pentágono y del Departamento de Justicia, quienes insistieron en que necesitaba la aprobación del Congreso antes de bombardear Libia.
En segundo lugar, la guerra ha llegado a un punto muerto y es imposible ganarla sin el despliegue de tropas terrestres de la OTAN, lo que en la práctica sería una invasión de Libia. Toda la operación fue terriblemente mal pensada desde el principio. Si bien la OTAN apoya a la oposición con base en Bengasi (situada en el noreste rico en petróleo), hay poca evidencia de que la oposición cuente con el apoyo de la mayoría de los libios. El principal grupo de oposición, el Frente Nacional para la Salvación de Libia (que supuestamente había sido respaldado por la CIA en la década de 1980), nunca debería haber lanzado una guerra civil armada contra el gobierno si no hubiera tenido ninguna posibilidad sin una campaña aérea masiva de la OTAN y la introducción de tropas de la OTAN. Sus acciones imprudentes, alentadas por intereses políticos, militares y de inteligencia occidentales, crearon la crisis humanitaria que luego se utilizó para justificar la campaña de guerra de la OTAN.
En tercer lugar, Estados Unidos no puede permitírselo. Se prevé que el costo de la misión para Estados Unidos alcance pronto más de mil millones de dólares, y ya estamos inmersos en recortes masivos de los servicios civiles para nuestro propio pueblo.
No sorprende que una mayoría de republicanos, demócratas e independientes piensen que Estados Unidos no debería involucrarse en Libia.
Esta guerra está equivocada. Una invasión sería un desastre. La OTAN ya está fuera de control, utilizando un mandato de la ONU que permite la protección de civiles como pretexto endeble para una misión no autorizada de cambio de régimen mediante violencia masiva. En un mundo justo, el comandante de la OTAN sería considerado responsable de cualquier violación del derecho internacional. Como medio para continuar la guerra civil, Francia, miembro de la OTAN, y Qatar, aliado de la coalición, han admitido el envío de armas a Libia, en abierta violación del embargo de armas de las Naciones Unidas.
Al final, la mayor víctima de este juego de naciones será la legitimidad de la ONU, sus resoluciones y mandatos, y el Estado de derecho internacional. Esta condición debe revertirse. Los países de la OTAN deben hacer cumplir la prohibición de suministrar armas a Libia, no subvertirla. Estados Unidos debe cesar ahora su apoyo ilegal y contraproducente a una resolución militar.
El Congreso de Estados Unidos debe actuar para cortar los fondos para la guerra porque no hay una solución militar en Libia. Deben comenzar negociaciones serias para una solución política que ponga fin a la violencia y cree un entorno propicio para que las negociaciones de paz cumplan las aspiraciones legítimas y democráticas del pueblo. Una solución política será viable cuando la oposición comprenda que el cambio de régimen es privilegio del pueblo libio, no de la OTAN.
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