La mayoría de los analistas políticos ubican en la misma categoría a los gobiernos de Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia) y Rafael Correa (Ecuador) pero sin definir sus características comunes. A partir de la publicación de Sobras En 2008, los críticos de la izquierda intentaron superar la deficiencia caracterizando a los tres presidentes como “izquierdistas populistas”, lo que los distinguió de los “buenos izquierdistas” que incluían a moderados como el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. Según los coeditores del libro, Jorge Castañeda y Marco Morales, las características más destacadas de la izquierda populista consisten en un discurso radical desprovisto de sustancia ideológica, falta de respeto por las instituciones democráticas, pronunciadas tendencias autoritarias y vituperaciones contra Estados Unidos diseñadas para pagar dividendos políticos en a expensas de los intereses económicos de su nación (Castañeda y Morales, 2008).
En el otro lado del espectro político, la veterana analista política y activista Marta Harnecker ha proclamado el surgimiento de una “nueva izquierda” en América Latina representada por los tres líderes. Harnecker asocia la nueva izquierda con el “socialismo del siglo XXI” adoptado por los tres presidentes, aunque reconoce que ambos conceptos son vagos y se definirán durante un período de tiempo, en gran parte a través de la práctica (Harnecker, 2010: 35-50). Otra expresión del impulso común de los tres gobiernos fue el llamado del presidente Chávez a finales de 2009 a la formación de una “Quinta Internacional” que constituiría un nuevo movimiento internacional a favor de un cambio radical. La propuesta buscó analizar y aplicar las experiencias novedosas de Venezuela, Bolivia y Ecuador, así como otros sucesos, con el fin de romper con tradiciones derivadas de las cuatro internacionales socialistas anteriores.
Estos acontecimientos dejan clara la necesidad de ir más allá de la retórica de muchos de los detractores y defensores de la izquierda y examinar la amplia gama de similitudes para determinar cuán nueva es la nueva izquierda. Una característica común de los tres gobiernos fue la elección de una asamblea constituyente al comienzo de cada presidencia, lo que correspondió a una etapa política moderada seguida de la implementación de políticas socioeconómicas más radicales. Los tres gobiernos llegaron al poder con una mayoría absoluta de votos y contaban con mayorías en el Congreso, ventajas que facilitaron el camino democrático hacia un cambio de gran alcance. Otras características comunes que examinará este artículo incluyen el énfasis en la participación e incorporación social sobre consideraciones de productividad económica, modificaciones de la noción marxista de clase, diversificación de las relaciones económicas, preferencia por democracia radical Más de democracia liberaly la celebración de los símbolos patrios.
El enfoque del artículo en un modelo común ayuda a distinguir las tres experiencias de otras ideologías y gobiernos de izquierda en América Latina. Castañeda, por ejemplo, etiqueta a los gobiernos argentinos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández como “izquierda populista” y alega que su discurso y sus políticas son tan irresponsables como los de Chávez y Morales (Castañeda, 2006: 38-40). Al examinar las características destacadas de los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Ecuador, el artículo pondrá a prueba la exactitud de estas categorizaciones amplias. El análisis del artículo de características y enfoques novedosos también aborda las reservas y posiciones críticas de organizaciones de izquierda tradicionales como los partidos comunistas y los grupos trotskistas en las tres naciones. Finalmente, a pesar de las estrechas relaciones entre los tres gobiernos y Cuba y las predicciones de que eventualmente replicarán el modelo cubano, el artículo arroja luz sobre las diferencias fundamentales entre los dos caminos hacia el socialismo seguidos en dos entornos internacionales distintos, a saber, la Guerra Fría y la Guerra Fría. posguerra fría.
El modelo de democracia radical
El modelo político adoptado por los tres gobiernos, todos ellos comprometidos con el socialismo, representa una ruptura total con el socialismo del pasado. Una característica distintiva fue la frecuencia de las contiendas electorales, incluidas las primarias de los partidos, las elecciones revocatorias y los referendos nacionales, que se caracterizaron por altos niveles de participación electoral. La izquierda en el poder en general salió triunfante, a veces por márgenes sin precedentes en la historia de la nación. En abril de 1999, por ejemplo, el 88 por ciento de los votantes venezolanos ratificaron el referéndum patrocinado por el gobierno a favor de una asamblea constituyente. Los venezolanos reeligieron a Chávez por segunda vez en diciembre de 2007 con un 63 por ciento, el más alto de cualquier candidato presidencial en el período democrático moderno de la nación. De manera similar, Morales recibió el 64 por ciento de los votos en su candidatura a la reelección en diciembre de 2009, al mismo tiempo que sus partidarios obtuvieron una mayoría sin precedentes de dos tercios en ambas cámaras del Congreso. Chávez y Morales también salieron victoriosos en las elecciones revocatorias con el 58 y el 67 por ciento de los votos respectivamente. Finalmente, en los tres países una abrumadora mayoría de votantes aprobó nuevas constituciones con la oposición de los principales adversarios del gobierno.
Estas amplias mayorías brindaron a los tres gobiernos mayores opciones para llevar a cabo reformas radicales que las que tenían otros presidentes de izquierda, como Salvador Allende, que llegó al poder en 1970 con el 36 por ciento de los votos y el sandinista Daniel Ortega, que regresó a la presidencia. en 2006 con el 38 por ciento. Sin embargo, dadas las agudas tensiones políticas y la polarización extrema en los tres países, la estrategia de celebrar elecciones frecuentes como medio para afirmar la legitimidad era arriesgada ya que cualquier derrota habría proporcionado a una oposición intransigente una plataforma para librar una batalla contra el gobierno.
Otra característica de la vida política en las tres naciones fue la evitación de una represión intensa, a pesar de que la oposición acusó al gobierno de sentar las bases para un régimen dictatorial. La competencia entre partidos en el contexto del agudo conflicto político que caracteriza a los tres países contrasta con el tradicionalmente bajo nivel de tolerancia por parte de las frágiles democracias del tercer mundo hacia las “oposiciones desleales”. En conjunto, los opositores al gobierno en Venezuela, Bolivia y Ecuador representan una “oposición desleal”, que por definición cuestiona la legitimidad de quienes están en el poder. Al negarse a apoyar prácticamente todas las iniciativas del gobierno y acusarlo de autoritarismo, la oposición, en la práctica, busca deslegitimar la legitimidad del gobierno. Además, en ciertos momentos clave, importantes sectores de la oposición se han visto implicados en acciones violentas que otras organizaciones antigubernamentales no lograron repudiar en su momento. En el caso de Venezuela, los líderes de la oposición en 2004 abogaron abiertamente por acciones urbanas foquistas denominadas “la guarimba“buscando crear condiciones de ingobernabilidad. En Bolivia, grupos paramilitares vinculados a varios gobernadores atacaron movilizaciones progubernamentales en 2008, volaron gasoductos hacia Brasil y destruyeron oficinas gubernamentales en la región de las tierras bajas orientales.
Otro rasgo político distintivo de los tres gobiernos fue su defensa de democracia radical en la tradición de Jean-Jacques Rousseau y el rechazo de muchos de los preceptos básicos de democracia liberal. La democracia radical enfatiza la incorporación social y la participación directa. En contraste, la democracia liberal, con su preocupación central por los derechos y prerrogativas de las minorías (que a menudo es sinónimo de elites), otorga mucha importancia al sistema de controles y equilibrios y a la difusión de la autoridad. La adhesión a dos paradigmas distintos contribuyó a la intensa polarización y explica por qué la oposición cuestionó las credenciales democráticas de los tres gobiernos (Curato, 2010: 36-38).
Las diferencias entre ambos enfoques se manifestaron de manera concreta en Venezuela, Bolivia y Ecuador. En primer lugar, la democracia radical defiende el principio del gobierno de la mayoría, según el cual la toma de decisiones sobre todos los asuntos requiere el 50 por ciento de los votos más uno. En contraste, la preocupación por los derechos de las minorías por parte de los defensores de la democracia liberal los lleva a insistir en la necesidad de consensos entre los partidos gobernantes y la oposición sobre decisiones importantes. De hecho, la oposición en los tres países elogió el modelo de democracia “pactada”, que en el caso de Venezuela y Bolivia había prevalecido bajo el antiguo régimen (Smith, 2009: 108-109).
Además, los defensores de la democracia liberal exigen a menudo porcentajes significativamente superiores al 50 por ciento para la legislación. El choque entre ambos conceptos se produjo en la asamblea constituyente de Bolivia en 2006, cuando la oposición exigió que se requiriera el voto de dos tercios de los delegados para la aprobación de cada artículo de la constitución así como del documento final. Después de siete meses de resistencia a la idea de otorgar un “veto” a la “minoría”, el Movimiento al Socialismo (MAS) de Morales aceptó el acuerdo de dos tercios. Sin embargo, la posición del MAS al respecto le llevó a aprovechar un boicot temporal a la asamblea por parte de dos principales partidos de oposición para ratificar la constitución en diciembre de 2007 con el apoyo de una mayoría simple de los delegados, que representaban dos tercios de los presentes ese día. El ex presidente Jorge Quiroga, que encabezaba el principal partido de oposición, calificó la medida como “una desgracia nacional” al mismo tiempo que estalló la violencia en todo el país. En Ecuador, Correa insistió en que se requería una mayoría simple de los delegados a la asamblea constituyente para aprobar artículos, en lugar del requisito del 66 por ciento que, según él, habría obstruido un cambio significativo (Conaghan, 2008: 56-57). De manera similar, la oposición venezolana criticó duramente a la Asamblea Nacional, dominada por Chávez, por estipular que el nombramiento de los jueces de la Corte Suprema requiere la aprobación de una mayoría simple de los diputados de la cámara, en lugar de dos tercios de los votos (Hawkins, 2010: 22).
El sistema de referendos y elecciones revocatorias incorporado en la constitución de los tres países también está en línea con el concepto de gobierno de la mayoría, que es un componente básico de la democracia radical. En Bolivia y Venezuela, la revocatoria demostró ser un mecanismo eficaz para hacer frente a situaciones de crisis al trasladar el foco de confrontación política de las calles a la arena electoral. En Venezuela, las elecciones presidenciales revocatorias de agosto de 2004 sirvieron para calmar tensiones que se remontaban al golpe de 2002 y marcaron el comienzo de varios años de relativa estabilidad. En Bolivia, Morales apeló a las mayorías votantes frente a la insurgencia al celebrar elecciones revocatorias en agosto de 2008 para el ejecutivo nacional y las gobernaciones del país, algunas de las cuales estaban promoviendo el conflicto interno.
Influidos por la línea de razonamiento de la democracia liberal, la oposición en los tres países, así como muchos analistas políticos, calificaron los referendos como ejemplos de “democracia plebiscitaria”. Según este modelo, el ejecutivo nacional formula las cuestiones de acuerdo con su propia agenda sin la participación de la oposición, y al público se le presenta una propuesta de “todo o nada”. Los adversarios del gobierno venezolano, por ejemplo, criticaron la reforma constitucional propuesta por Chávez por tener fallas de procedimiento. Argumentaron que la mayoría de sus 69 artículos deberían haberse incorporado a la legislación para ser considerada por el Congreso de forma individual, en lugar de votarse como un paquete en un referéndum nacional. En Ecuador, tanto la oposición como algunos analistas políticos acusaron a Correa de promover la “democracia plebiscitaria” basándose en que presentó el referéndum sobre la nueva constitución de la nación en abril de 2007 como un voto de confianza a su gobierno y amenazó con “volverse a casa” si perdido (Conaghan, 2008: 46-47).
En segundo lugar, la movilización y participación popular a escala masiva y de manera continua son características básicas de la democracia radical (pero son vistas con sospecha por los defensores de la democracia liberal) y han demostrado ser esenciales para la supervivencia política de los tres presidentes. Las protestas de los movimientos sociales allanaron el camino para el ascenso al poder de Morales y Correa (así como de Néstor Kirchner en el caso de Argentina). El respaldo de la poderosa Confederación de Nacionalidades Indígenes del Ecuador (CONAIE) y otros movimientos sociales a la candidatura de Correa selló su triunfo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2006. En Venezuela, la manifestación masiva de gente pobre en abril El 13 de enero de 2002 hizo posible el regreso de Chávez al poder después de su derrocamiento dos días antes.
Tanto en Venezuela como en Bolivia la movilización de partidarios del gobierno fue diseñada para garantizar el orden frente a la insurgencia de la oposición. Así, por ejemplo, la concentración de chavistas en el centro de Caracas el día del golpe de abril de 2002 tenía como objetivo servir de amortiguador entre los miembros violentos de la oposición y el palacio presidencial; y durante la huelga general de dos meses que comenzó en diciembre, brigadas integradas por miembros de las comunidades aledañas protegieron las instalaciones petroleras. En Bolivia, campesinos y mineros se reunieron en la ciudad de Sucre para garantizar la seguridad personal de los delegados de la asamblea constituyente, quienes enfrentaron amenazas de unidades paramilitares poco antes de la votación final sobre la nueva constitución. Finalmente, el 30 de septiembre de 2010, miles de ecuatorianos salieron a las calles e impidieron el posible despliegue de fuerzas militares en apoyo de los golpistas que prácticamente habían secuestrado al presidente Correa.
En tercer lugar, Chávez, Morales y Correa son líderes carismáticos cuyos gobiernos han fortalecido el poder ejecutivo a expensas de las instituciones corporativistas, así como de los controles y equilibrios que habían apuntalado la democracia liberal en el pasado. Además, los tres gobiernos favorecen la incorporación y participación directa de los no privilegiados por encima de los mecanismos corporativistas y las prerrogativas de los partidos políticos, y al hacerlo han roto con prácticas de larga data, aceptadas por algunos partidos de izquierda, que facilitaban la participación de las elites en la toma de decisiones ( Domínguez, 2008: 50). En esta línea, los líderes gobernantes de los tres países rechazan el modelo de partido leninista y, en cambio, favorecen, en palabras del vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, “un modelo más flexible y fluido” (García Linera, 2010: 32). Por último, los partidos políticos gobernantes carecen de influencia, fuerza e independencia para ejercer de control de la autoridad ejecutiva. Así, por ejemplo, el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) está controlado en gran medida a nivel regional por los ministros del gabinete y, a nivel local, por Chavista gobernadores y alcaldes. La organización política de Correa, la Alianza País (PAIS), fundada por alrededor de una docena de grupos poco antes de su elección en 2006, es demasiado heterogénea para ejercer un poder significativo.
Algunos partidarios del gobierno justifican el papel preponderante del ejecutivo nacional afirmando que el presidente mantiene un intercambio “dialéctico” con la población general en el que formula posiciones y luego las modifica tras recibir retroalimentación desde abajo (Raby, 2006: 100, 190-91). ; véase también Laclau, 1978: 228-238). La oposición ha respondido a la centralización del poder levantando la bandera de la descentralización y (en el caso de los departamentos de las tierras bajas orientales de Bolivia, así como del estado de Guayas en Ecuador) de la autonomía territorial.
El modelo político que ha surgido en Venezuela, Bolivia y Ecuador es único en aspectos fundamentales que lo diferencian claramente tanto de las naciones comunistas como de las socialdemócratas. Por un lado, la democracia electoral y la competencia partidaria que prevalecen en las tres naciones son la antítesis del sistema político cerrado del “socialismo realmente existente”. Además, a diferencia de la Unión Soviética y China, no existía ningún partido de vanguardia muy unido en la tradición leninista (ni un partido político poderoso de cualquier tipo) que desempeñara un papel central tanto antes como después de llegar al poder. Por otro lado, el discurso de confrontación de los izquierdistas en el poder, la actual intensidad del conflicto político, la aguda polarización social y política y la constante radicalización no tienen equivalentes entre las naciones de Europa y África gobernadas por partidos comprometidos con el socialismo democrático. Finalmente, la participación popular en programas sociales y la movilización política en cantidades tan masivas y durante un período de tiempo tan prolongado a favor del liderazgo gobernante rara vez han sido igualadas en otras naciones latinoamericanas (Ellner, 2011).
El modelo híbrido emergente que combina dimensiones de la democracia radical y la democracia representativa heredada del pasado también es, en muchos sentidos, sui generis. Las características asociadas con la democracia radical incluyen referendos, primarias de partidos, elecciones frecuentes, numerosos proyectos de obras públicas emprendidos por consejos comunitarios, el papel activo de los movimientos sociales en la vida política de la nación, un ejecutivo nacional fuerte y un discurso oficial que exalta la participación directa y ataca la democracia representativa del pasado. Sin embargo, el antiguo sistema y las estructuras no han sido desmantelados. Aunque en Venezuela se ha planteado el espectro de que los consejos comunitarios desplacen al gobierno municipal electo, las instituciones representativas en todos los niveles han quedado prácticamente intactas en las tres naciones.
El proceso de radicalización
La plataforma electoral de Chávez, Morales y Correa en su primera candidatura exitosa a la presidencia restó importancia a la transformación socioeconómica de gran alcance y se centró en objetivos más moderados. Su principal oferta de campaña fue la convocatoria de una asamblea constituyente para “refundar” la democracia de la nación sobre la base de la participación popular. Durante su campaña de 1998, por ejemplo, Chávez calmó los temores sobre una posible moratoria unilateral de la deuda externa al pedir una solución negociada. En el período previo a su elección en 2005, Morales bajó el tono de las demandas radicales sobre el cultivo de coca y la nacionalización de los hidrocarburos que habían sido formuladas por los movimientos sociales de la década de 1990, de los cuales surgió el MAS, mientras se extendía más allá de su base regional en el norte de Cochabamba. (Crabtree, 2008: 95-97). Antes de abrazar el “socialismo comunitario”, el presidente Morales y su vicepresidente García Linera defendieron el “capitalismo andino”, que prevalecería durante un siglo. Correa, por su parte, criticó en 2006 la violación de los derechos humanos en Colombia pero prometió capturar a guerrilleros de las FARC y entregarlos a las autoridades colombianas, negó que formara parte del movimiento bolivariano de Chávez a pesar de ser amigo del presidente venezolano y criticó la dolarización de la economía ecuatoriana pero afirmó que era inviable cambiar el sistema.
Las tres presidencias se han caracterizado por una radicalización gradual pero constante que no fue frenada por los tipos de concesiones asociadas con la política de consenso y la democracia liberal de años anteriores (Katz, 2008: 103-106). Los tres aprovecharon el amplio apoyo popular a sus propuestas constitucionales iniciales para lograr la consolidación del poder y la renovación política y económica. En general, los presidentes siguieron una estrategia de aprovechar el impulso creado por cada victoria política introduciendo reformas diseñadas para profundizar el proceso de cambio. También interpretaron sus triunfos electorales como mandatos populares a favor del socialismo. En Venezuela, los decretos de Chávez de reforma agraria y control estatal de las empresas mixtas en la industria petrolera en 2001, su redefinición de la propiedad privada en 2005 y la expropiación de empresas en sectores estratégicos en 2007 y 2008 prepararon el escenario para etapas más radicales (Ellner, 2008). : 109-131). En una medida sorprendentemente confrontativa pocos meses después de asumir el cargo, Morales ordenó a las tropas que tomaran el control de 56 instalaciones de gas natural y las dos principales refinerías de petróleo del país para presionar a las empresas extranjeras a aceptar la nueva legislación nacionalista. En los meses posteriores a su elección, Correa radicalizó su posición sobre la propuesta asamblea constituyente al insistir en que tenía derecho a disolver el Congreso, colocándolo así en curso de colisión con la mayoría del Congreso que representaba a la élite política tradicional. La dinámica de moderación inicial seguida de una radicalización gradual difiere de la de la Unión Soviética y China, donde los partidos comunistas llegaron al poder con objetivos estructurales explícitos de largo alcance derivados de la ideología marxista, y de Cuba, donde la radicalización se produjo a un ritmo más acelerado durante los primeros tres años. de la revolución.
La izquierda gobernante enarboló la bandera del antineoliberalismo y se encontraba así en una posición ventajosa frente a la oposición de derecha, que carecía de un programa bien definido para disipar los temores de que su llegada al poder significaría un regreso al pasado. . Una cuestión importante de diferenciación entre el gobierno y sus adversarios de derecha fue la privatización. Mientras que los izquierdistas en el poder afirmaron sus credenciales antineoliberales deteniendo y revirtiendo en gran medida los planes de privatización, los principales partidos de la oposición mantuvieron posiciones ambiguas, o ninguna posición, sobre el tema. La polarización política, en la que todos los partidos de derecha del gobierno convergieron para criticar prácticamente todas sus acciones, descartó un apoyo crítico a las medidas nacionalistas desde una perspectiva de centro izquierda y, al hacerlo, perjudicó a la oposición que perdió espacio en el lado izquierdo. del espectro político. En Venezuela, por ejemplo, antiguos partidos de izquierda como el Movimiento al Socialismo (MAS), Causa R y Podemos abandonaron cualquier apariencia de seguir una línea independiente dentro del partido anti-Chavista bloque mientras se mezclaban con el resto de la oposición. De manera similar, en Ecuador la socialdemócrata Izquierda Democrática (ID), que había apoyado a Correa en la segunda vuelta de las elecciones de 2006, asumió una posición de oposición intransigente en su segundo mandato. (1)
Al mismo tiempo, el enfoque gradual hacia el socialismo aplicado por los tres gobiernos ha generado duras críticas por parte de actores políticos de su izquierda que consideran que el Estado es “burgués” y favorecen una ruptura total con el pasado. El choque entre los tres gobiernos de izquierda y sus críticos de izquierda también definió la especificidad de la nueva izquierda emergente en el poder. Los defensores de los tres gobiernos visualizan una transformación gradual del Estado de acuerdo con la “guerra de posiciones” de Gramsci basada en la ocupación incremental de espacios en la esfera pública por parte de la izquierda. Según esta estrategia, la izquierda aprovecha la presencia de sus activistas en la administración pública y las contradicciones internas que aquejan al Estado (Bilbao, 2008: 136-137; Geddes, 2010). En contraste, los marxistas ortodoxos como los trotskistas invocan la máxima de Lenin sobre la necesidad de “aplastar el Estado” al mismo tiempo que abogan por la expropiación general de la banca, las grandes propiedades agrícolas y la industria monopolista (Woods, 2008: 251-252). Además, los comunistas y otros izquierdistas tradicionales critican el término “socialismo del siglo XXI” por menospreciar la relevancia de las luchas lideradas por los izquierdistas durante el siglo anterior.
Algunos críticos situados a la izquierda de los tres gobiernos provienen de una tradición anarquista. Plantean que el “poder constituyente”, que consiste en movimientos sociales autónomos y las bases en general, inevitablemente se enfrenta al “poder constituido”, que encarna a la burocracia estatal en su totalidad, así como a la “clase política”, y exigen una “revolución dentro de la revolución” para erradicar los privilegios burocráticos. Esta posición encuentra expresión en los movimientos indígenas de Bolivia y Ecuador que defienden la autonomía de sus comunidades y han resistido los esfuerzos de Morales y Correa para promover la actividad minera a gran escala que amenaza con devastar las áreas donde residen sus miembros. Algunos de los movimientos han adoptado la “política de identidad”, lo que está en desacuerdo con la estrategia electoral seguida por los izquierdistas en el poder (Crabtree, 2008: 93-94; Dosh y Kligerman, 2009: 21). Entre los líderes indígenas críticos del gobierno en una amplia gama de temas, incluida la identidad cultural, se encontraba el candidato presidencial boliviano Felipe Quispe, quien se opuso fervientemente a las limitaciones de Morales a la producción de coca y abogó por una nacionalización total.
Cuando se los coloca junto a las corrientes marxistas ortodoxas, neoanarquistas y de nuevos movimientos sociales de izquierda, el carácter único y heterodoxo de los tres presidentes y sus partidarios más cercanos se vuelve evidente. Lo más importante es que reconocen que los “burócratas” que frenan el cambio están bien representados en la esfera estatal, pero no llegan a iniciar una purga total y una agitación similar a la Revolución Cultural China, como propugnan los actores políticos después de su izquierda. Además, los tres liderazgos promueven la creación de un movimiento de base amplia y altamente diversificado, pero también valoran la unidad entre sus partidarios y defienden la toma de decisiones tanto vertical como horizontal.
Relaciones Extranjeras
La estrategia seguida por los tres gobiernos a favor de un “mundo multipolar” se parece en algunos aspectos y contrasta en otros con las políticas exteriores de los gobiernos comprometidos con el socialismo en el siglo XX. La frase mundo multipolar fue invocada originalmente por Chávez al comienzo de su presidencia como eufemismo para referirse al antiimperialismo y la oposición a la hegemonía estadounidense. El concepto se refiere al fortalecimiento de diferentes bloques de naciones para defender intereses mutuos, como la OPEP en el caso de Venezuela y Ecuador, y la UNASUR (que agrupa a todas las naciones sudamericanas en torno a objetivos comunes), de la que Correa asumió la presidencia poco después. su fundación en 2009. La estrategia de unidad a pesar de la diversidad recuerda al Movimiento de Países No Alineados encabezado por Josip Broz Tito, Jawaharlal Nehru, Gamal Abdel Nasser y Kwame Nkrumah a principios de los años 1960, que buscaba ir más allá de lo étnico, religioso y político. diferencias para unir a las naciones del Sur en torno a objetivos y demandas comunes.
En esencia, Venezuela, Bolivia y Ecuador han seguido un enfoque dual de unirse entre sí en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), al mismo tiempo que han desempeñado papeles activos y de liderazgo en la promoción de una unidad continental más amplia. En este sentido, su estrategia es comparable a la política exterior de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, que distinguía entre sus aliados más cercanos, que estaban comprometidos con el comunismo, y los gobiernos de “liberación nacional” del tercer mundo, que eran considerados nacionalistas y antiimperialistas. . De manera similar, los presidentes de Venezuela, Bolivia y Ecuador se definen a sí mismos como anticapitalistas y a menudo se han enfrentado con Washington, pero también actúan al unísono con gobiernos moderados, como Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay.
Sin embargo, los primeros años del siglo XXI contrastan con el escenario altamente polarizado de la Guerra Fría y propician un mayor grado de autonomía de las naciones latinoamericanas frente a Estados Unidos (Hershberg, 2010: 241). Así, las naciones latinoamericanas “radicales” han podido cimentar estrechos vínculos con los “moderados” en contraste con la posición aislada de Cuba en los años sesenta. Mientras que Chávez corteja a los moderados, como los jefes de Estado de Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay (French, 1960: 2010-48), Cuba promovió la guerra de guerrillas en todo el continente y, al hacerlo, perdió la posibilidad de ganarse o neutralizar a los presidentes moderados. como Arturo Frondizi de Argentina (Ellner, 51: 2008).
América Latina nunca estuvo unida durante el último siglo en el grado que lo estuvo en el pasado reciente. En primer lugar, los gobiernos moderados han actuado con firmeza para evitar la desestabilización y el aislamiento de los países gobernados por radicales. Los gobiernos de Brasil y Argentina, por ejemplo, ayudaron a mediar para poner fin al agudo conflicto generado por la “nacionalización” de la industria de los hidrocarburos por parte de Morales en 2006, a pesar de que sus intereses económicos estaban en juego. Posteriormente, los doce miembros de UNASUR firmaron la Declaración de Moneda, que disuadió posibles planes para derrocar a los gobiernos de Morales en Bolivia en 2008, y dos años más tarde desempeñaron un papel similar frente a un intento de golpe en Ecuador. En segundo lugar, las posiciones de los “radicales” han sido complementarias, más que antitéticas, de las de los “moderados”. Así, por ejemplo, durante el primer año y medio después del golpe de Estado en Honduras de junio de 2009, los “moderados” y “radicales” de UNASUR bloquearon la entrada del nuevo gobierno a la Organización de Estados Americanos. Mientras los “moderados” pusieron condiciones para el ingreso, los “radicales” cuestionaron la legitimidad del nuevo gobierno per se (Valero, 2011). Finalmente, la unidad latinoamericana ha unido a los presidentes “radicales” y moderados con los centristas en torno a objetivos comunes, como la creación de UNASUR y su sucesora de base más amplia, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
El discurso y el contenido de la política exterior de los tres presidentes están moldeados por los imperativos de la globalización (Arditi, 2010: 145-147). También están libres de los objetivos de autosuficiencia absoluta y autarquía que caracterizaron al maoísmo hace medio siglo. Programas como el ALBA y Petrocaribe (que ofrece petróleo venezolano a naciones del Caribe y Centroamérica en términos especiales) se justifican en esta línea. Además, las presiones de la globalización han tomado la forma de limitaciones que influyen en la política internacional, a pesar de la ardiente retórica nacionalista de los tres presidentes. Chávez, por ejemplo, se ha abstenido de incumplir los pagos de préstamos extranjeros o retirarse del Fondo Monetario Internacional, mientras que Morales, en palabras de los editores de un estudio reciente sobre la izquierda latinoamericana, “trató de mantener el acceso a los mercados estadounidenses”. (Madrid, Hunter y Weyland, 2010: 156-157). El impulso de estas estrategias, políticas y discursos está en desacuerdo con la tesis del “socialismo en un solo país” defendida por el liderazgo soviético bajo Stalin.
Discurso y visión política
Desde 2005, los líderes venezolanos, bolivianos y ecuatorianos han apoyado una alternativa al capitalismo plasmada en el concepto general de socialismo para el siglo XXI. Tras la ratificación de la nueva constitución de Bolivia en enero de 2009, Morales proclamó el nacimiento del “socialismo comunitario” que se sustentaba en la autonomía regional promovida por el nuevo documento. Morales, Chávez y Correa han propuesto adaptar el socialismo a la realidad concreta que enfrenta América Latina, en un momento en que la sabiduría convencional en Occidente afirmaba que este modelo estaba prácticamente muerto.
En marcado contraste con la trayectoria socialista de Cuba después de 1959, el proceso político en Bolivia, Ecuador y Venezuela se desarrolla dentro de los parámetros de una sociedad democrática burguesa en la que las relaciones capitalistas de producción siguen siendo el modo dominante de actividad económica. El vicepresidente de Bolivia, García Linera, por ejemplo, ha afirmado que el socialismo no excluye la existencia de una economía de mercado y favorece el diálogo con quienes no comparten los objetivos estructurales de largo plazo del MAS (Postero, 2010: 27-28), mientras que Chávez Ha pedido una “alianza estratégica” que vincule a su gobierno con el sector empresarial. En efecto, la economía mixta de Venezuela está formada por empresas estatales que compiten con las privadas (pero no están diseñadas para reemplazarlas) en ciertos sectores clave como medio para evitar la inflación y la escasez de productos básicos. Finalmente, las economías de las tres naciones dependen en gran medida de la exportación de productos extractivos a los mercados de Estados Unidos.
De manera similar, la transformación cultural y social no ha logrado seguir el ritmo del cambio político radical. Venezuela, por ejemplo, sigue siendo una sociedad altamente orientada al consumo donde valores de la sociedad capitalista como el consumo conspicuo, el individualismo y la primacía de la propiedad privada todavía son altamente valorados (Lebowitz (2006: 113; Álvarez, 2010: 243). Además, la La oposición conservadora en los tres países se basa en una amplia gama de aliados, incluidos los medios de comunicación privados, la Iglesia católica y todo el papel actual de los Estados Unidos. En resumen, a diferencia de la Unión Soviética después de 1917, China después de 1949 y Cuba después de 1959, Los esfuerzos por promover el socialismo para el siglo XXI tienen lugar en el ámbito altamente disputado de la sociedad capitalista, en el que la mayoría de los valores e instituciones tradicionales, aunque debilitados, siguen presentes.
El socialismo del siglo XXI, como señala Marta Harnecker (2010: 25-26), nace de una reevaluación de estrategias izquierdistas pasadas basadas en supuestos arraigados desde hace mucho tiempo y un reconocimiento de los errores de esfuerzos anteriores de construcción socialista en la Unión Soviética. , Europa del Este y otros lugares. La nueva perspectiva descarta el supuesto papel de un partido de vanguardia y la aplicación dogmática de teorías con poca o ninguna aplicación a la realidad social latinoamericana. Cuestiona el papel preeminente atribuido a la clase trabajadora y la incapacidad de incorporar a amplios segmentos de la población, incluidos los pobres urbanos, el sector informal, las comunidades religiosas, los indígenas, los afrodescendientes y las mujeres.
El rechazo al vanguardismo de la clase trabajadora ha creado el espacio político para trabajar estrechamente con otros grupos y fuerzas políticas que abogan por el cambio. En el caso de Bolivia, un aspecto central de este enfoque, como afirma el vicepresidente Álvaro García Linera, es el “proyecto de autorrepresentación de los movimientos sociales de la sociedad plebeya” (Rockefeller, 2007: 166). La estrategia es particularmente relevante en Bolivia y Ecuador, donde las organizaciones políticas de izquierda y derecha históricamente han manipulado a las organizaciones indígenas para promover su propio programa político. En una entrevista con el marxista alemán Heinz Dieterich, Morales evaluó las pasadas relaciones de poder asimétricas entre organizaciones de trabajadores agrupadas en la Central Obrera Boliviana (
En contraste con el énfasis del capitalismo en el individuo, el socialismo del siglo XXI incorpora un fuerte componente moral y ético que promueve el bienestar social, la fraternidad y la solidaridad social. El modelo se inspira en la teología de la liberación católica e incluso protestante. De hecho, la mayoría de sus líderes todavía profesan una fe religiosa. En una entrevista con la académica británica Helen Yaffe, Correa señaló la compatibilidad entre la teología de la liberación y el socialismo y agregó: “Al socialismo del siglo XXI... pueden unirse tanto ateos como católicos practicantes, porque yo soy un católico practicante. No contradice mi fe que, por el contrario, refuerza la búsqueda de la justicia social” (Correa, 2009).
El socialismo del siglo XXI se inspira en la historia, las prácticas políticas y las experiencias socioculturales de América Latina. Al igual que el populismo radical del pasado, el socialismo del siglo XXI glorifica la voluntad popular personificada por símbolos históricos en mayor medida que los partidos tradicionales de izquierda y socialdemócratas, que tendían a ser más selectivos e inclinados a depender de consignas importadas (en lo que antes eran en muchos sentidos una oportunidad perdida para ellos). Chávez y el chavistas, por ejemplo, están dispuestos a pasar por alto las contradicciones de los líderes “caudillos” del siglo XIX y principios del XX, como Cipriano Castro, para glorificarlos y enfatizar su comportamiento nacionalista, al igual que el peronistas reinterpretó a Juan Manuel Rosas y Juan Facundo Quiroga (Raby, 2006: 112-121, 231; Ellner, 1999: 130-131).
Los líderes de las tres naciones han creado una nueva narrativa de la nacionalidad que desafía supuestos arraigados y representaciones previas de cultura, historia, raza, género, ciudadanía e identidad. Así, los nuevos movimientos políticos ofrecen una lectura alternativa del pasado que desafía las creencias convencionales que anteriormente habían legitimado el viejo orden. Este proceso dinámico vincula los movimientos sociales y las fuerzas políticas contemporáneas con una tradición de lucha política y social. Reimaginar el pasado sirve para incorporar a pueblos previamente marginados, incluidos indígenas, afrodescendientes, campesinos, mujeres y trabajadores que históricamente lucharon por cambiar las condiciones sociales en Bolivia, Ecuador y Venezuela. Los movimientos indígenas en Bolivia se ven a sí mismos como herederos de las luchas lideradas por Túpac Katari y Túpac Amaru que encabezaron movimientos de masas contra las autoridades coloniales españolas. Al forjar conexiones entre luchas pasadas y actuales, estos movimientos se basan en un legado de resistencia previamente excluido del registro histórico oficial. El proceso, que los aymaras de Bolivia describen como “caminar hacia adelante mirando hacia atrás”, incorpora voces históricamente marginadas y crea una sensación de empoderamiento entre las fuerzas contemporáneas involucradas en el proceso de cambio social (Hylton y Thompson, 2007: 149). Cuando Morales anunció la nacionalización del gas boliviano el 1 de mayo de 2006, se inspiró explícitamente en el pasado, insistiendo en que “las luchas de nuestros antepasados como Túpac Katari, Túpac Amaru, Barotlina Sisa... no fueron en vano” (Hylton y Thompson). , 2007: 131).
Los principios intelectuales del socialismo del siglo XXI se pueden encontrar en las obras del intelectual peruano José Carlos Mariátegui, que son citados con frecuencia por Chávez y otros líderes progubernamentales en las tres naciones. Mariátegui propuso un socialismo indoamericano, adaptado a la realidad social y política del continente. Si bien reconoció la importancia de la clase trabajadora, promovió la incorporación de las comunidades indígenas y rurales como parte de la lucha nacional y de clases más amplia. En este sentido, Mariátegui argumentó que la herencia indígena del colectivismo que se remonta a antes de la conquista española facilitaría la construcción socialista bajo un gobierno revolucionario. También reconoció la interrelación entre raza y clase dentro de un sistema económico heredado de la experiencia colonial y la importancia de incorporar un frente amplio para enfrentar las fuerzas del capital (Mariátegui, 1970: 9, 38-48).
En los tres países, hay todo
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