por Gerardo Young, Lucas Guagnini y Alberto Amato
Los pobres, como todo el mundo sabe, son invisibles cuando pasas a toda velocidad por sus casas en la carretera. Pero cuando las cosas son al revés y los pobres salen a las carreteras y ponen barricadas, la gente dice: “¡Piqueteros, maldita sea!” Prenden fuego a neumáticos, detienen el tráfico y todo cambia.
Bety, Ángel, Silvina y Luis son piqueteros. Mujeres y hombres con zapatos gastados. Sin hogar. A veces usan palos o tiran piedras; A veces saben por qué y otras no tienen idea. Salen y bloquean el camino. Allí podrían matarlos a tiros. O no. Podrían regresar a casa, a una casa con techo de hojalata y paredes de barro; o podría llegar un nuevo día.
¿Qué hacen los piqueteros cuando no están manifestándose? ¿Qué hacen Bety, Ángel, Silvina y Luis después de que se disipa el humo? Durante casi un mes, Clarmín siguió a las tres grandes organizaciones piqueteras. Visitamos sus barrios, casas, jardines y comedores comunitarios. Escuchamos en las reuniones, hablamos con sus líderes y viajamos con ellos en tren, autobús y, sobre todo, a pie.
Lo que encontramos fue una organización que abarca todo el Gran Buenos Aires, se basa en el trabajo social barrial y tiene sus propias reglas, a veces extrañas. Uno que, a pesar de sus contradicciones, está creando una nueva red social para las personas sin hogar y una estrategia política que no excluye la violencia. Su estricta organización interna se basa en el trabajo comunitario obligatorio financiado por los planes de bienestar del gobierno y los pagos mensuales que los piqueteros aportan a la organización.
Martes 13 de agosto: Discusión típica del movimiento piquetero en el patio de tierra de Bety Ruiz Dmaz, en Monte Chingolo. Está hablando con Nicolás Lista, coordinador de la organización Aníbal Versón.
“El día que te metas en política, me voy”, amenaza la mujer, que acaba de dar vasos de leche a 50 niños.
“Pero tú ya estás en política”, dice Lista, intentando convencerla.
“Tal vez, pero la política que me gusta es esta”, dice mirando al suelo.
Al igual que Bety, la gran mayoría [de piqueteros] no tiene experiencia como activistas y se unieron al movimiento por hambre. Perdió su casa hace tres años, lleva seis sin trabajo y sus dos hijos caminan descalzos hasta el comedor social con techo de hojalata, dos ollas, estufa de barro y mesa.
Esta experiencia “colectiva” domina la vida cotidiana entre los piqueteros. Lo más importante para las organizaciones son los comedores comunitarios, donde se alimenta a niños y padres. Pero además hay bibliotecas, jardines, ayuda escolar, aprendices de enfermería que ofrecen vacunas e incluso laboratorios clínicos.
Quienes trabajan en estos lugares son los mismos que, con mascarilla o sin ella, colocan barricadas o encienden hogueras para bloquear el acceso a la capital. El único dinero que reciben los piqueteros son los pagos de asistencia social que luchan por obtener del gobierno. Se supone que deben vivir de estos 150 pesos (41 dólares estadounidenses) al mes. Y pagar su cuota mensual de 3 pesos para financiar los gastos de sus organizaciones, incluidos los celulares de los dirigentes y comprar comida para las cocinas. Deben comprometerse a estar en los centros de acción cuatro horas al día, de lunes a viernes. Aquí se pasa lista y los que no se presentan son eliminados de las listas de asistencia social.
El ejercicio es siempre el mismo: se bloquea un camino, se hacen planes, se comparte la pobreza. No importa de qué barrio esté involucrado, ni si la organización es la Corriente Clasista y Combativa (la más grande), o el Bloque Piquetero, o Aníbal Versán, entre cuyos miembros estaban Darmo Santillán y Maximiliano Kosteki, asesinados por la policía el 26 de junio. Ese día, la policía en las afueras de Buenos Aires se enfrentó a manifestantes que exigían empleos y alimentos, matando a dos personas e hiriendo y arrestando a decenas más –WPR]. Todas las organizaciones son similares, a diferencia de sus dirigentes, que suelen discutir.
Tienen la misma base: gente pobre que no tiene nada que perder. Y todo surgió de la misma fuente: los hechos del 20 al 26 de junio de 1996, en el pequeño poblado de Cutral-Cs, cuando trabajadores despedidos por Yacimientos Petrolíferos Fiscales y sus vecinos bloquearon la Ruta Nacional 22, una vía clave que une la provincia de Neuquín con la Patagonia. Esos días dejaron huella: nacieron los piqueteros. Los cortes llegaron al Gran Buenos Aires en dos barrios, Florencio Varela y La Matanza, que pasó a ser conocida como “la capital de los piqueteros”. Sus actividades se expandieron, con mayor o menor violencia, a medida que lo hizo la crisis económica: según la agencia estatal de censos, ahora hay 19 millones de argentinos pobres.
Un estudio del Centro de Estudios Nueva Mayoría señala que en la provincia de Buenos Aires hubo 23 cortes de rutas en 1997. En lo que va de 2002, hubo 1,107 en la misma zona. El crecimiento es en todo el país. En el primer semestre de 1997 hubo 77 controles de carreteras en el país, y en el primer semestre de este año, 1,609.
En La Elvira, un ingenioso horno hecho con un bidón de 200 litros sirve cada mañana para cocer 80 kilogramos de pan, que se vende a 1.20 pesos el kilo, frente a 1.80 en las panaderías. Con este dinero, los piqueteros compran harina a un mayorista y alimentan a 160 niños de las 50 familias más pobres de la zona.
Ángel Carrizo está al mando, con el rostro ennegrecido por el horno. Solía hacer recados para un mecánico, pero su auto hace años que no funciona por falta de repuestos. No es un activista cualquiera: ha instalado una cocina con fogones en su patio. La estufa está formada por dos viejas lavadoras cortadas por la mitad, con una abertura para leña. También hay un banco de ropa y dos máquinas de coser.
“La máquina de coser la donó una señora que confeccionaba ropa en casa. No tenía ningún trabajo”, explica Msnica Bodeman, esposa de Carrizo. Con las máquinas de coser han creado un banco de ropa. Las mujeres clasifican la ropa donada por los vecinos, la reciclan y la entregan a los necesitados por poco o nada: 50 centavos por un suéter, 2 pesos por pantalones, etc. Convierten trapos en fundas de almohadas y servilletas. Realidad piquetera: El basurero siempre está vacío.
Las casas “donadas” por los vecinos son centros de acción de todos los movimientos. Están organizados por barrios, disponiendo cada centro de un delegado y dos subdelegados. Constituyen el liderazgo de cada organización.
Pero no todos son iguales. Los piqueteros de la Central de Trabajadores Argentinos [una organización sindical de oposición] son los más verticalistas, con líderes fuertes como Luis DELma y Juan Carlos Alderete. El más igualitario es Aníbal Versán, que cuenta con 15,000 piqueteros y un comité coordinador con miembros rotativos, pero nunca menos de 12 a 15 personas. En el medio está el Bloque Piquetero, que es igualitario pero donde el Partido Obrero juega un papel importante.
La división del trabajo es crucial para el funcionamiento de cada grupo. Los miembros se encargan de la seguridad durante los controles de carreteras, atienden los comedores sociales y las bibliotecas, recaudan fondos y piden a los comerciantes locales que donen alimentos. En las reuniones se forman comités. Se reúnen para discutir temas como la presión de la policía y los retrasos en los pagos de asistencia social.
Silvina tiene 19 años y quería ser antropóloga. Se matriculó en la Universidad de La Plata pero no tenía dinero suficiente para el autobús ni para fotocopias. Ella es una de los muchos aspirantes a estudiantes universitarios que terminan con los piqueteros.
Ahora Silvina trabaja en Villa Argentina, en el sur del Gran Buenos Aires, en un comedor comunitario regentado por el Movimiento Teresa Rodríguez (MTR), en las ruinas de una fábrica con paredes de ladrillo desnudo, sin techo, sin ventanas. Está en un terreno grande, con una piscina abandonada. El lugar fue utilizado anteriormente por una pandilla de jóvenes que andaban, robaban, consumían drogas y bebían. Un día el movimiento se apoderó del lugar y plantó su bandera. Cuando la pandilla regresó, les dijeron a sus miembros que la fábrica pertenecía al MTR. Si quisieran, podrían unirse.
Los piqueteros derribaron los muros inestables, limpiaron el terreno y arrancaron la maleza. Los vecinos, que habían sido víctimas de las pandillas, comenzaron a llegar cuando el movimiento instaló un comedor social. Los piqueteros están considerando reacondicionar la piscina y dejar que los niños naden allí el próximo verano. Han montado un gallinero con un gallo y cuatro o cinco gallinas. Realidad piquetera: Todas las gallinas están flacas.
Silvina trabaja en la campaña de alfabetización, uno de los trabajos más duros del movimiento piquetero. “Es más difícil enseñar a leer que estudiar, es más responsabilidad”, afirma. Todavía tiene una bala en la pierna producto de la represión del 26 de junio. Los médicos dicen que no pueden sacársela. Pero duele.
La Fe, un barrio de Lanzs, no existe. O al menos no lo encuentras en la Guía Filcar. Solía ser un terreno baldío gigante, pero sus vecinos lo han ocupado, pieza por pieza, durante los últimos siete años. Uno de ellos es Luis Salazar, 35 años, un hombre robusto que abre los brazos y explica: “En este barrio, ocho de cada 10 personas nunca desayunan”. Lo que se ve son casas hechas de chatarra, algunas con paredes de ladrillo, dos o tres con antenas parabólicas. Muchos perros ladrando. Las calles no están pavimentadas y los desagües no funcionan, por lo que el agua estancada atrae suciedad, ratas y enfermedades.
En La Fe, el Movimiento de Trabajadores Desempleados, parte de la Coordinadora Versón, ha montado una ladrillera. El astillero produce hasta 120 bloques de hormigón por día, pero sólo si tiene cemento. El hombre que estaba a cargo de la ladrillera era Santillán, que tenía apenas 21 años [cuando lo mató la policía]. Los piqueteros lamentan su muerte, porque hay pocos trabajadores dedicados como él.
“El movimiento es importante por la lucha. Mire, Santillán tenía 21 años y podría haber cedido a cualquiera de los vicios de la juventud. Pero él hizo esto”, dice Luis. Admite que los jóvenes de 14 y 15 años todavía no se unen. Pasan el rato en las esquinas, sentados en la pila de chatarra que alguna vez fue un automóvil, bebiendo el peor vino del mundo.
Esta es la realidad de los piqueteros: vivir en la pobreza en las calles y dentro de sus casas. La lucha por el pan, por la salud, por el calor. Ante estas luchas traen el cuerpo y los palos. Con sus barricadas bloquean carreteras y calles de la ciudad. Comportamiento que se critica como violento. Pero que Bety, Angel, Silvina y Luis defenderán hasta la muerte
ZNetwork se financia únicamente gracias a la generosidad de sus lectores.
Donar